Por: Marco Enríquez-Ominami Gumucio.
Señor Director:
Es interesante cómo, en la misma semana en que un senador acusa a unos políticos de haber acordado en San Damián y entre gallos y medianoche, la estructura de un proceso constituyente, un miembro de la élite -Carlos Peña- critique desde su púlpito dominical, la estética de la performance de políticos y políticas que hemos decidido, con más o menos ambiciones, habitar las luces del escenario donde está mirando la gente.
Peña, claro, prefiere que los políticos se comuniquen a través de diarios nacionales. Y es que Peña confunde ética con estética, y a “la gente” con “la gente como uno”. Porque el sueño de algunos liberales-conservadores, es reproducir la modernidad y la democracia, como en Europa, pero en Latinoamérica.
Peña, que leyó mal a Laclau, acusaba -hace pocas prédicas dominicales atrás- que Lavín, con su socialdemocracia, actuaba como “esa izquierda populista” que recoge conceptos, como quién busca en la basura un papel viejo. Pero Lavín no es populista porque es popular. Eso, de hecho, lo transforma en un buen político.
Lavín es populista porque trata de disfrazar su posición política -que beneficia a unos pocos- como soluciones para los problemas de todos.
Peña ve lo popular y lo abandona por populista, por caótico, por banal, por insustancial. Pero el rol del político, sobre todo del que es de izquierda -en general, convidados de piedra en todas partes- es el de ir con su bandera, a todos los debates. El buen político no es el que abandona los campos de debate. El buen político debe ir a los escenarios y fijar posiciones. Plantear distinciones. El buen político debe ir ahí, donde mira la gente, pero reina el caos.
Peña dice que la pandemia ha borrado la línea que separaban actividades incompatibles: el trabajo del hogar, la familia de la escuela, y “la avidez de novedades” de los problemas públicos. Tres veces se equivoca. Porque el trabajo es trabajo doméstico, porque el éxito de la escuela depende de la familia, y porque la única forma de superar la errancia es, politizándola.
Fui candidato presidencial 3 veces y he recorrido en campaña Chile 12 veces. Y si algo aprendí, luego de esos años de difícil, pero querido circo, es que 12 minutos en televisión en horario prime, pueden impactar tanto como esas 12 vueltas. Tenemos, la izquierda, el derecho de dejar el campo del sentido en bandeja para candidatos como Kast o Lavín. O es que les vamos a ir a disputar el sentido de las transformaciones que Chile necesita ahí, donde ellos nadan como pez en el agua.
“Peña es finalmente un político, cuyo escenario es más elegante y vinoso, pero escenario al final del día, donde lo observa, lo sigue y lo aplaude el respetable público.”
Fuente: El Mercurio