Por Marco Enriquez-Ominami *
El triunfo de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970 es parte de mi historia familiar aunque yo ni siquiera había nacido. Mis padres, mis abuelos, son parte de una parte de la historia política de Chile y mi trayectoria personal y política está atravesada por legados y cicatrices de apellidos como Enriquez y Gumucio, al que se sumó luego Ominami.
Mi abuelo materno, Rafael Agustín Gumucio fue fundador de la Falange, el primer presidente de la Democracia Cristiana que fundó el MAPU (el Movimiento de Acción Popular Unitaria, de la Izquierda Cristiana) entre otros partidos progresistas. Mi abuelo paterno, Edgardo Enriquez, fue rector de la reconocida Universidad de Concepción, gran maestro de la masonería y ministro de Educación de Allende. Mis dos abuelos narraron mil veces que en la noche del triunfo de Allende se podía advertir lo difícil que sería gobernar. Era elocuente la sonrisa y la esperanza de los más pobres y el silencio del Barrio Alto, como le decimos en Chile a las zonas más ricas, tanto en Concepción como en Santiago, los dos grandes centros culturales, políticos y económicos del país. La noche del 4 de septiembre quedó en evidencia que habría un “ellos” y un “nosotros”.
Mis dos abuelos con tradiciones distintas jugaron un rol fundamental durante la Unidad Popular. Ambos subrayaron durante muchos años la enorme ola popular de apoyo a Allende y el gran desorden político dentro de la coalición. Mi abuelo Gumucio, presidente de la coalición de partidos que sostenía a Allende, la Unidad Popular, tenía por “yerno” a mi padre, Miguel Enríquez, médico y revolucionario, secretario general del del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria). Su “yerno” entre comillas, ya que no se había casado con mi madre, Manuela Gumucio, y con quien no compartía para nada sus métodos. El MIR estaba a la izquierda de Allende y consideraba que el triunfo era el comienzo de una revolución. Junto a él estaba Edgardo, mi tío, también del MIR, con el mismo nombre que mi abuelo.
Pero ese no era el gobierno de una revolución. Mi padre no lo combatió pero tampoco adhirió, porque el MIR nunca fue parte de la Unidad Popular. Mi padre tenía una posición respetuosa de la figura de Salvador Allende, pero no compartía su diagnóstico. Desde el primer día del gobierno de la Unidad Popular sostuvo que iba a haber un golpe de Estado porque afirmaba que no era cierto que la democracia chilena fuera tan robusta como decía Allende y que era imposible un golpe de Estado. Fue lúcido en el diagnóstico. El MIR se había formado al calor de la revolución cubana, de la lucha armada. Si bien Fidel Castro y la revolución cubana mantuvieron relaciones muy intensas con Salvador Allende también las tuvieron con el MIR, y particularmente con mi padre. No es casual que la canción de Pablo Milanés “yo pisaré las calles nuevamente” haya sido inspirada en mi padre, cuando Pablo se enteró de su muerte el 5 de octubre de 1974. Mi padre Miguel tenía apenas treinta años.
Pero el debate que planteaba mi padre respecto de una democracia “burguesa” -como la denominaba- reproductora de la desigualdad, está hoy vigente. Pareciera que, para hacer grandes transformaciones, frente a tanta desigualdad y pobreza y frente a tanta concentración de riquezas, la democracia es un camino y es el camino en el que yo creo hoy en día. Yo sigo creyendo en la democracia, pero también atiendo que Salvador Allende -un demócrata- no encontró al frente una derecha democrática. Y cuando hoy veo cómo actúan las derechas en Bolivia o en Ecuador, pienso que es útil tomar en cuenta el pensamiento de mi padre.
En ese 4 de septiembre por supuesto estuvo mi madre Manuela, periodista, socióloga y revolucionaria que también pertenecía al MIR. Yo soy fruto del amor de dos revolucionarios, Manuela y Miguel que vivieron intensamente la victoria electoral de la Unidad Popular. Ella siempre cuenta de ese momento fascinante de debate cultural, de periodismo investigativo, de periodismo militante, de una suerte de verdadera revolución, no solamente en lo político, sino en lo social y cultural. Ella pertenece a la generación del mayo francés de 1968, dos años antes del triunfo de Allende. Además, tanto ella como mi padre Miguel tenían una sólida formación intelectual porque eran marxistas, leninistas, formados, instruidos. Mi madre venía de una familia de clase alta que había decidido pelearse con su propia elite, porque tanto ella como Miguel no querían aceptar los abusos de la elite. Era un amor fruto también de la rebeldía.
En el camino del exilio de mi madre después del golpe y el asesinato de mi padre, aparece Carlos Ominami, siete años menor, que también había militado en el MIR, y que para el momento del triunfo de Allende tenía 19 años. Carlos se juntó con mi madre, me crió y por eso también es mi padre y llevo su apellido. Él era un militante del Frente de Estudiantes Revolucionario, hijo de un militar de la fuerza aérea íntimo amigo del ex comandante Alberto Bachelet, el padre de la expresidenta Michelle Bachelet. Era un joven economista del MIR, de origen popular, que participó de las protestas estudiantiles que acompañaban el proceso de Allende, con este apoyo crítico de los que creían más bien en un proceso radical y revolucionario. Siendo un joven revolucionario vivió con mucha angustia el hecho de comprender que, aunque el MIR tenía toda la razón, no tenia los medios para hacer una revolución ni tenia los medios para resistir un golpe de Estado. Así que Carlos Ominami muy tempranamente discrepó de la tesis de resistencia armada al golpe que el MIR tenia o que no había que asilarse en las embajadas. Carlos también tuvo un diagnostico certero de que el golpe y la dictadura de Pinochet contra la Unidad Popular sería un golpe muy fuerte, muy violento. No se equivocó en eso. Carlos fue identificado como joven crítico de la conducción de mi padre en el MIR una vez consumado el golpe del 11 de septiembre de 1973.
Mirado retrospectivamente y con perspectiva contemporánea, el 4 de septiembre significa primero el primer triunfo democrático de un socialista,de un médico, que venía de la elite y supo encarnar la esperanza de un pueblo. A su vez, representa también la fuerza de un pueblo organizado, de un pueblo sindical, de un pueblo social y cultural que se organizó para conquistar sus derechos. También de la unidad de la centro izquierda, puesto que, desde mi abuelo que había sido católico y demócrata cristiano, hasta el partido comunista, todas las culturas de izquierda supieron reconocer en Salvador Allende un liderazgo transformador. Recordar el triunfo de Allende en 1970 también es recordar los alcances de la democracia, sus defectos, y sus desafíos cuando se trata de proyectos transformadores que la oligarquía combate fuera del estado de derecho.
Mi vida no comenzó el 12 de junio de 1973 como dice mi documento de identidad. Comenzó mucho antes, porque soy parte de una familia que vivió con intensidad la historia de Chile y con pasión ese 4 de septiembre de 1970, del que ahora se cumplen cincuenta años.
* Cineasta y político, candidato a la presidencia en 2009, 2013 y 2017
Fuente: Nodal