Por Marco Enríquez-Ominami
Si proyectamos al desastre ecológico global, el comportamiento de los gobiernos neoliberales ante la crisis de la pandemia, podemos esperar que presidentes como Bolsonaro, Johnson, Trump o Piñera, reaccionen 3 semanas después de destruido el planeta, ocultando información y a medias.
Trump, cortó la inversión en investigación para temas relacionados con pandemias; desestimó todos los discursos científicos que le advirtieron de la tragedia en ciernes; cuando la enfermedad azotó su país -como no- culpó a Rusia y a China, luego invitó a inyectar desinfectante a los enfermos y hoy, pese a todo, continúa con su estrategia electoral e insiste en desmantelar el sistema de salud público heredado de Obama (el Obamacare).
Bolsonaro frente a la Pandemia ha tenido la misma actitud que frente al Amazonas. La del desprecio total por el conocimiento, por la ciencia, y por el valor global de la ecología que le ha tocado administrar: El 60% de esa Selva fundamental.
Piñera frente a la Pandemia, reaccionó no desde la cuarentena preventiva, sino desde el toque de queda represivo, y en vez de despreciar el conocimiento, lo tomó, pero para fingir indicadores con datos de éxito y competir con sus países vecinos en cantidad de muertos, usando, como nos ha acostumbrado el neoliberalismo, eufemismos para no decir la verdad diciéndola: los muertos por COVID19 no son muertos, son recuperados para su gobierno.
Y es que, al mismo tiempo que la pandemia se desata, los cascos polares continúan derritiéndose a un ritmo escandaloso. La responsabilidad -es la gran lección de esta pandemia- debe ser global, y los gobiernos deben ser globalmente responsables con la administración de sus Estados. Porque los Estados -es la segunda gran lección- son los únicos que pueden administrar, planificadamente, la economía y sus consecuencias.
El país más poderoso, el que más contamina, que es también el que más consume drogas, y cuyos gobiernos más golpes de Estado han propiciado alrededor del mundo, es, ahora, regido por un fanático que compite por su reelección. Durante su gestión, Trump, no solo ha despreciado el conocimiento científico sobre el calentamiento global, sino que ha acentuado las carreras armamentistas y ha desestabilizado políticamente, aún más, al planeta.
Hace pocos meses, en enero de 2020 -antes que supieran de la pandemia- el Boletín de Científicos Atómicos de Estados Unidos, que creó hace décadas un reloj simbólico, para advertir lo cerca que estaba el mundo de su autodestrucción, por la amenaza nuclear y el desastre medioambiental, debió adelantar de dos minutos, a 100 segundos para «la medianoche» (que es la destrucción del planeta) este «Reloj del Apocalipsis» (Doomsday Clock). Porque lo que el COVID19 anuncia, es la forma en como el desastre medioambiental nos afectará en poco tiempo más. Ya no, solamente, en el sufrimiento de los más vulnerables de nuestras sociedades, sino que nos golpeará a todos y a todas, globalmente y sin distinciones.
Pero hay esperanza. Nosotros. Los movimientos sociales, los movimientos políticos, el pueblo organizado, los gobiernos, políticos, ciudadanos y ciudadanas, líderes y lideresas que buscan un nuevo acuerdo de producción ecológica, de equidad económica y de equidad de género. En Latinoamérica, ese gran acuerdo lo intentan articular instancias como el Grupo de Puebla. Grupo de líderes y lideresas de diferentes países y matrices ideológicas, pero con un horizonte común en el progresismo como feminismo, ecologismo y equidad, lo que les permite empujar una agenda ambiciosa y necesaria, ni más ni menos, que la de salvar el mundo de las manos de quienes lo gobiernan sin criterio, y de los que toman decisiones por todos, sin haber recibido el voto de ninguno.
Fuente: Publimetro