Separada de Carlos Ominami después de 40 años juntos, la periodista minimiza los costos familiares de la tercera candidatura presidencial de su hijo Marco, y reconoce que frente a sus problemas judiciales “dejé de envenenarme escuchando tonteras”. También dice que está más clasista “porque me molesta mucho la vulgaridad” y cuenta por qué nunca quiso vestirse de novia.
Un muro con unas 60 fotografías enmarcadas, buena parte en blanco y negro, tributan los afectos de Manuela Gumucio (74), a la vez que dan cuenta de su posición de testigo de primera línea de la historia reciente de Chile. Una historia tan apasionada como dolorosa. Una trama política e intelectual marcada por el golpe, el exilio y el retorno a la democracia. En un pasillo de no más de cinco metros de largo del departamento en que vive sola hace un año, cuelgan los retratos de su padre, Rafael Agustín Gumucio Vives; de Miguel Enríquez, su pareja antes del 11 de septiembre de 1973; de Carlos Ominami, su compañero por 40 años, y de quien está separada hace dos; y de su hijo, Marco Antonio Enríquez-Ominami Gumucio. En este mismo universo se ve al poeta y pintor Adolfo Couve, con su eterno suéter azul, mientras a unos centímetros está el artista plásticoCarlos Leppe, amigos entrañables, ambos muertos. Las mujeres, curiosamente, iluminan este cuadro de hombres descaradamente fuertes: la propia Manuela, sonriente a distintas edades; su bellísima y elegante madre, Marta Rivas, jugando cartas con Salvador Allende y Tencha Bussi; su popular nuera, Karen Doggenweiler; su nieta, Manuela Enríquez Doggenweiler, quien acaba de cumplir 13.
Fue junto a “Manuelita” –su regalona absoluta– con quien Manuela Gumucio llegó el lunes 4 de septiembre al lanzamiento de Una vida política, la autobiografía de su hijo que, por un asunto obvio, es también el relato de una parte fundamental de su propia vida: desde su embarazo, su determinación de criar sola, el asesinato de Miguel Enríquez, el exilio, la íntima relación madre-hijo en París, la llegada de Ominami como pareja y figura paterna insoslayable, el regreso a Chile y duro proceso de adaptación del candidato presidencial. Una sacada de clóset que, reconoce, la perturbó. En el lanzamiento no estaban ni los primos Gumucio, ni los próceres de la izquierda, ni tampoco Carlos Ominami.
¿Qué te pasó al leer el libro?
Me conmovió, porque si bien es la historia de un triunfador frente a la desgracia, constaté que había sufrido a pesar de que soy una gran negadora de la tristeza y encuentro de mal gusto el pesimismo. No me di cuenta de lo que pasaba en su momento. También me produjo admiración porque no creo que exista ningún político en Chile con reflexión sensible sobre la vida como él y está bien escrito. Imagínate que buena parte de los políticos cuando le preguntan por su libro preferido dicen El principito y alguna lata sobre economía. ¡Patéticos! Por otra parte, en el libro aparece información que yo nunca había contado y tuve que aceptar que son cosas que él vivió, que escuchó durante mucho tiempo. Tuve que admitir que también le pertenecen y tragarme el desagrado.
Marco expone la discriminación positiva y negativa por ser hijo de Miguel Enríquez, como también su difícil adaptación a Chile, a su llegada a los 13 años. ¿Qué te pasa como madre al leer eso?
Me dio una pena horrorosa leer sobre el bullying que le hacían algunos en el colegio y cómo él mismo, solo, se fue a matricular al Saint George’s. También me dio pena lo que le pasó en la universidad, cuando estudiaba Filosofía, de llegar y ver los baños rayados con insultos porque no lo consideraban digno hijo de un revolucionario. Hizo bien en ser libre y, como dice en el libro, atreverse a hacer películas frívolas, pensar en política lo que quisiera, no obedecer a las expectativas de la gente. Su tía Inés Enríquez, la única sobreviviente de los hermanos de Miguel, escribió hace poco una carta pública refiriéndose al acoso a Marco de una periodista en un programa de TV donde decía que encuentra hasta cruel a quienes le preguntan qué pensaría su padre sobre lo que le ha tocado vivir. Y es cierto, no les basta con que haya perdido a su padre asesinado por la dictadura, sino que pretenden, además, que se imagine el pensamiento de un padre que no tuvo la suerte de conocer. Hay que ser muy maldito para eso. Odio a los que trafican con los muertos y hasta los hacen revolcarse en su tumba, pero estoy segura de que Miguel estaría muy orgulloso de Marco.
Marco dice que ustedes en París eran como la dupla The Kid, la película de Chaplin.
Así fue. En nuestra casa no había afiches del Miguel, el héroe, pero sí de la película de Chaplin porque sentía que eso éramos, dos desvalidos que enfrentábamos con humor nuestras dificultades. Vivíamos sin un peso, pero yo sabía casi todo de la vida de mi hijo. Sabía muy bien lo que sentía, compartíamos todo. En Europa, donde no hay intermediarios entre tú y tu hijo, no dejas a los niños tantas horas solos. Toda la vida que tuvimos, en esas condiciones, generó entre Marco y yo una relación súper soldada, que no se desarma con nada. Nos peleamos y nos mandamos a la mierda –porque yo soy como mi mamá, de decir cosas atroces–, pero Marco se mata de la risa. No soy una mamá cariñosa, soy bastante exigente y dura.
El libro también es una declaración de amor hacia tu madre, la mítica Marta Rivas. ¿Cómo fue ser su hija?
No me quiero alargar mucho en esto, porque es una lata, pero yo tuve mucho conflicto con mi mamá. Fui como su antagonista, partiendo porque ella era rubia de ojos azules, aunque por fin he logrado ser rubia. ¿Sabes lo que pasa? Mi madre tuvo siempre un encanto un poco infantil, una deliciosa candidez y yo era la grande. Ella incluso me decía “mamá” a mí; entonces te digo que todo eso da para muchos años de sicoanálisis. Mientras a todas mis amigas “no las dejaban”, es decir, no las dejaban ir a fiestas o salir hasta tarde, yo soñaba con que no me dejaran porque como que te daba prestigio eso. Entonces inventaba que no me dejaban, aunque a mi mamá le importaba un huevo. Una vez de vuelta a la casa les dije a mis padres: “¿por qué ustedes no se preocupan de mí?”. Me respondieron: “porque estamos absolutamente seguros de que no vas a hacer ninguna imbecilidad”. Mi papá y mi mamá eran demasiado excéntricos para la época y para el mundo social de los colegios tradicionales que frecuentábamos. En esa época los pololos te iban a ver en la tarde y mi mamá entraba al living con enagua y se sentaba en el medio y yo me quería me morir.
Tú querías ser normal.
Lo único que quería era ser normal. Marco dice que las guaguas y los niños son de derecha, conservadores. Yo reté mucho a mi papá, porque mi mejor amiga del barrio tenía un papá que vendía seguros y en su casa tomaban vino blanco con durazno los días sábados y él tenía una libreta con chistes. ¡Yo quería un papá así y no un fundador de partidos políticos!
La historia de amor de tus padres es como insuperable.
Se adoraron hasta el final. Lo pasaban fantástico los dos. Un día le dije a mi papá: “Mi mamá me tiene harta”. Y él me respondió: “¿hasta cuándo peleas con la Marta, si es genial, es así y buenísima; cómo te puedes seguir enervando con ella?”. Pero nada es insuperable. Y no sé si la llamaría historia de amor. Mejor historia de humor y de inteligencia, sin lo cual a menudo no existe lo primero.
No idealizas.
No, nada.
Hay muchas muertes en tu biografía: Miguel Enríquez, amigos muertos en dictadura, Couve y Leppe.
¿Encuentras que tantas?
Sí. ¿No es un tema para ti?
No. Lo que pasa con la muerte de Miguel Enríquez, y la de todos los desaparecidos, es que nunca terminan de ser muertes. Es como una fantasía. Es muy raro, porque no le tomas el peso. Cuando no hay un ataúd, una cremación, una ceremonia, esas personas quedan como eternamente vivas. No te queda mucho el dolor de la ausencia. ¿Entiendes?
¿No quedó esa imagen joven de Miguel Enríquez congelada eternamente en tu memoria?Sí, claro, pero no me pasa nada especial con eso. Además, yo le tengo buena, no le tengo ninguna bronca, todo esto pasó cuando éramos tan chicos.
¿Nunca tuviste la fantasía de vestirte de novia?
Jamás. Yo estaba en un colegio –Las Ursulinas– en que te prohibían ir a fiestas y si salías en una página social fotografiada en una fiesta, te echaban. A las monjas les importaba un huevo, echaban a las hijas de las personas más importantes de Chile, porque tenían la idea de que las mujeres tenían que ser universitarias y que los hombres eran una distracción. Por supuesto, no les hice ningún caso, porque por vecindad me había hecho amiga de las niñas del Villa María, con las que tenía una vida social fascinante, divertida y frívola completa que me encantaba. Lo pasaba fabuloso. Pero todas mis amigas de ese grupo comenzaron a casarse a los 18 y volvían llorando de la luna de miel o yo iba a sus casas espantosas decoradas con los palos quemados –como de fraile– y te prometo que eso me dio espanto.
Te dio fobia.
O sea decidí que iba a ser libre, que quería una vida profesional entretenida y que no quería una casa con muebles de palos quemados. Y me iba muy bien con los hombres. Estaban todos o muchos enamorados de mí y yo de nadie. Había agarrado fama de inalcanzable. Pero cuando me enamoraba era terrible.
¿Terrible cómo?
Me manifestaba, los besaba yo primero, era espantosa. Y siempre tuve amores desgraciados.
¿Cuáles son los amores desgraciados?
Los que terminan mal.
Con Carlos Ominami estuviste muchos años.
Sí, estuve 40 años, pero nunca me tincó tener un compromiso formal. De joven pensaba que el amor no duraba mucho. Esa fue como mi primera posición, que tuvo que ver con no casarme. Con el correr de los años, y de la vida, empecé como a apreciar mucho el compañerismo y, en el caso de Carlos, al principio no se nos ocurrió casarnos –nos hubiésemos casado en cualquier minuto si hubiéramos querido– pero en realidad no se veía como necesario. Funcionábamos perfecto así, entonces para qué. Y usábamos mucho la separación para convencernos que no había mejor opción que nosotros dos, juntos. Fueron tantas las separaciones y las reconciliaciones que para Carlos fue un tema casi de voluntad, de orgullo personal, no volver de nuevo en la última separación.
¿Te duele la distancia con Ominami? Ustedes fueron una pareja ícono de la transición.
¡No es un tema público!
Chile desolado
¿Cómo estás viviendo esta nueva etapa, sin pareja?
Estoy sorprendida conmigo misma, en el sentido de que estoy bastante bien. Sigo a cargo del Observatorio de Medios y con ganas de pelear ciertas cosas. Me preocupa cómo se ha desprestigiado la política llevando a la gente a la desconfianza y a la abstención. Creo que la falta de periodistas acuciosos y respetuosos ha producido una apreciación mala de todos los políticos, sin distinción, que solo sirve a los que quieren un país deprimido, inerme, incapaz de actuar. La TV ha contribuido, carente de una oferta que vaya al fondo de los temas, y a punta de morbo a una convivencia del horror.
¿A qué te refieres con convivencia del horror?
Hay una epidermis absolutamente delicadísima, en que todo el mundo se ofrece combos, se manda a la mierda, donde no hay absolutamente ninguna generosidad y donde, además, no hay ninguna valentía. Nadie hace el más mínimo esfuerzo por defender a quienes están siendo aplastados. Estamos
en una cosa que ya realmente está siendo de una tristeza total, ¿te fijas? La cantidad de gente que escucho que ya simplemente no ve televisión, la adicción a Netflix es la muestra más clara del vacío profundo, porque atosigarse de películas que son relativamente parecidas todas, habla de mucho vacío y desolación. O de búsqueda desesperada. Una palabra que representa la sensación térmica del país es desolación. Imagínate la cantidad de noticias de gente acribillada y de gente ajusticiada sin que nadie se pregunte antes qué es lo que ha pasado. Encuentro muy grave lo que está pasando. Hay un clima de sospecha, los medios usan formatos policiales o judiciales para puras tonteras. El programa de TV ChileCheck usa categorías subjetivas para juzgar el discurso político no sé con qué autoridad y nadie dice nada.
Siempre has sido deslenguada. La candidatura de Marco, ¿te ha obligado a callar para no meterlo en problemas?
No, para nada. Ya metí tanto las patas que ya no hay caso. Una vez un amigo médico me dijo que yo era el típico personaje que debió haber tomado Ritalín desde la cuna y tomé y, efectivamente, dejé de meter la pata, pero ya era demasiado tarde.
Deslenguada y cuica.
No soy tan cuica, yo creo que tengo un pasado cuico.
Pero eres y serás de arito de perla.
Sí, yo tengo una cosa así, pero no soy tampoco tan evidentemente cuica, por la parte negrita y todo eso, así que tan cuica no soy, ¿me entiendes? Pero me está pasando que me estoy poniendo un poco clasista, porque me está molestando mucho, mucho la vulgaridad, me carga la violencia y el lenguaje grosero, me carga la manera en que se habla la gente: “qué te pasa conchetumadre”. Igual ahora tengo menos posibilidades de meter la pata, porque estoy viendo a muy poca gente.
¿Por qué?
A partir de lo que pasó con Marco, toda la cuestión judicial, dejé de envenenarme escuchando tonteras. Escuchaba recorridos argumentales, nada de convincentes, reproducidos hasta el cansancio. He evitado a la gente que repite esas tonteras. Entonces veo menos gente, veo a la gente más segura, con la que me voy a sentir totalmente cómoda. Es, también, un privilegio de la edad. Hace mucho tiempo entendí que no iba a ser el perfil de nada. Y por suerte, porque encuentro que los ascensores de la administración pública son demasiado hediondos. Me cargaría ser ministra, por ejemplo. Creo que siempre fui artista, no soy para andar por el mundo bien comportado. Me encantó el cine y la TV, lo creativo.
Pero siempre has estado ligada al poder, en una posición de segunda línea, pero estratégica.
Siempre he sido la señora de, la hija de, ¿te fijas? Y ahora soy la mamá de.
¿Y te gusta?
O sea, no me voy a rebelar a estas alturas. Además, encuentro excitante la política.
También se podría decir que eres quien mueve los hilos.
Sí, yo creo que he jugado un rol por lo menos con Marco y con Carlos.
¿Quién te ha escuchado más?
Yo creo que los dos.
¿No es muy alto el costo familiar con la candidatura de Marco? No estaban ni Ominami ni los primos Gumucio en el lanzamiento.
No ha pasado nada, no hay ningún problema, yo no tengo una distancia con nadie a partir de Marco. Y sí, ¡estaban un montón de primos Gumucio y Rivas! Carlos andaba por el desierto, viendo matas de arrayán florido como en la canción.
Esta es la tercera candidatura de Marco, que marca un 5 por ciento de intención de voto. ¿Vale la pena?
Estoy muy orgullosa de Marco, siento que en todo este trayecto, va progresando hacia algo sumamente espectacular, porque todos en mi familia somos gente de primera línea en la política, y bastante notable, y nadie se había atrevido a pretender la Presidencia de la República, teniendo las cualidades. Yo estoy maravillada con la fuerza de Marco, que no tengo idea de dónde salió, para pensar las cosas de manera autónoma, para no dejarse aplastar por sentidos comunes idiotas. Se dice que los chilenos no entienden lo que leen y yo creo que no entienden lo que hablan. ¡Mucho peor! Creo que los chilenos más importantes tienen una gran flojera mental.
¿Pero no fue una granada la candidatura de Marco en, sin ir más lejos, la carrera política de Carlos Ominami?
Yo considero a Carlos, brillante, pero su carrera se empezó a opacar hace rato, antes que eso. Ahora, yo creo que es súper duro, y sería absurdo negarlo, que te surja un hijo con esa potencia en el mismo campo de batalla.
Es una tragedia griega.
Es así. Sí, pero también hay que tener cuidado. Carlos fue emplazado por Frei Ruiz-Tagle para abandonar la Concertación y tomó la decisión de ir como independiente de manera irreflexiva. Perdió su lugar, pero no estaba obligado, aunque comenzó a ser muy crítico mucho antes de esa elección. Escribió un libro sobre la Concertación luego de su derrota como senador que no creo que haya sido apreciado por los protagonistas. Carlos no está más perdido que otros y seguro que reaparecerá.
¿Y esa candidatura no implicó entonces una ruptura del núcleo Enríquez-Ominami Gumucio?
Fíjate que no tanto. Todos, Marco como hijo y yo como señora de Carlos, nos tuvimos que bancar muchas de sus peleas en las que nadie nos preguntó qué pensábamos. Esa es la ley de la familia y tú comprendes que nadie va a pretender que no seamos leales a muerte con cada una de sus decisiones, como él seguramente lo ha sido con todas mis ocurrencias diversas y con casi todas las de Marco.
¿Ha valido tanto la pena esta vida frenética marcada por la política?
Sí. ¡Hasta la victoria final! Mejor morir de pie, que vivir de rodillas y te dejo agregar todas las frases combativas que encuentres.
Fuente: Paula