Por Cristián Galaz
Director y Guionista de Cine y TV. Periodista Universidad Católica
Director Programa Cultura Fundación Progresa
El noveno mes del año marca el calendario en rojo y abre sus fechas a la reflexión y al recuerdo. Septiembre de emociones en contraste, se viene siempre cargado al luto y también a las celebraciones libertarias. El 4 nos trae la fiesta de la democracia que nos recuerda los tiempos en que los presidentes electos dirigían un discurso de triunfo ante una multitud. Cientos de miles de almas anhelantes de un Chile más justo y mejor.
A la siguiente semana, el 11, todo lo opuesto: humo, orugas contra el pavimento de las calles de Santiago, bandos y marchas militares, el Palacio en llamas. Septiembre 11 nos deja con esa extraña sensación de vivir en un país aún disociado, incapaz de mirar hacia atrás sin el temor de convertirse en estatua de sal.
Pero a la semana siguiente asoma el 18 y las Fiestas Patrias, mucha cumbia, empanada, terremoto y asado. Ideal para pasar el “trago amargo” del recuerdo y continuar directo al olvido, a la inconsciencia ebria de la celebración sin contenido. Entonces ya todo se calma, la tensión se relaja y en lo que queda de septiembre el país recupera su colores y volvemos de lleno a nuestros trabajos de esclavos. Parafraseando a Serrat, los ricos a su riqueza, los pobres a su pobreza y la clase media a su miseria. Tema cerrado. El resto del año no alcanza para más recuerdos.
¿Es sano vivir septiembre de esta manera? Algunos, muy pocos por cierto, dirán que ya es hora de dar vuelta la página y dejar atrás “lo que nos divide”. A ellos solo se les puede decir que la historia no contada vuelve siempre a resurgir con fuerza. Como muestra el caso de España, precisamente en estos días que corren. A más de 78 años de la Guerra Civil los muertos comienzan a ser desenterrados de donde se les dio sepultura clandestina y se levanta la idea de hacer un censo de las violaciones a los Derechos Humanos bajo dictadura de Franco. Se presentan cifras dramáticas que recién ahora salen a luz: 100 mil desaparecidos y el secuestro y adopción ilegal de más de 20 mil niños, muchos de los cuales fueron a dar a la Alemania nazi. Definitivamente, dar vuelta la página parece ser una opción descartada por la fuerza de los hechos, no solo en Chile sino en el mundo. Y aunque la historia fuera contada, aun así, la historia recuperada no merece ni conviene que caiga en el olvido.
Pero la pregunta persiste: ¿podríamos vivir septiembre de otra manera? Imagino un camino distinto, un calendario en donde el noveno mes no tenga el monopolio de la memoria sino que ésta se viva mes a mes pasando a formar parte de nuestra manera de ser y existir. Un Chile donde la memoria sea un rasgo de la idiosincrasia nacional, en donde sea natural preservar y difundir nuestra historia por dolorosa que esta sea, algo que nos recuerde todos los días que hay hechos que no deben, no pueden repetirse. Sería un Nunca Más definitivo, algo que vuelve inimaginable un país que despierte nuevamente invadido de humo, orugas contra el pavimento de las calles, bandos, marchas militares y el Palacio en llamas.
Y no solo es la posibilidad cierta de un Nunca Más, es también la certeza de convertir nuestra historia en algo vivo, un patrimonio cultural que puede ser heredado de generación en generación. Es la posibilidad de mirar hacia atrás sin temor a quedar petrificados, sin posibilidad de futuro.
De allí la importancia de lo planteado hace pocos días atrás por Melissa Sepúlveda y Naschla Aburman, presidentas de la Fech y la Feuc, respectivamente, en el sentido de llevar a los planes de estudio de la educación escolar, media y universitaria, los contenidos de la Memoria y los Derechos Humanos. Es un paso enorme en la dirección correcta, construyendo desde la base de nuestra comunidad los cimientos que hacen posible vivir sanamente el recuerdo de un pasado que necesita estar entre nosotros.
Me sumo a esa propuesta y formulo otra. Es necesario crear una Línea Especial de concursabilidad en todos los fondos de cultura dedicada exclusivamente a la Memoria y los Derechos Humanos. Esto debe replicarse en el Fondart, el Fondo del Libro, el Fondo de la Música, el Fondo Audiovisual, CORFO Audiovisual y Consejo Nacional de TV. Y añado un argumento más a los ya señalados, especialmente válido para los proyectos cinematográficos por su particular dificultad de financiamiento. Un proyecto de película cuya temática sean la memoria y los Derechos Humanos, tiene escasas posibilidades de encontrar siquiera parte de su financiamiento en la empresa privada, sin ahondar en argumentos evidentes. Son proyectos que requieren, incluso más que otros, una voluntad expresa de la comunidad toda, traducida en políticas culturales que, dicho sea de paso, deberán plasmarse en la creación de un Ministerio de Cultura aún en ciernes.
Preservar, difundir y educar en la Memoria y los Derechos Humanos es un trabajo cotidiano que debe hacerse en las escuelas, los escenarios, los museos, las plazas, las calles y las pantallas, pero sobre todo en los hogares de todos nosotros, en las conversaciones del almuerzo o haciendo las tareas con los hijos. Es una responsabilidad de los ciudadanos y de las autoridades crear las bases para que esto sea una realidad.