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La batalla decisiva

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En política, el voluntarismo juega un rol muy importante y nadie puede pretender jactarse de la facultad de predecir el futuro. Esta característica, por sí sola, explica el porqué del fracaso de gran parte de las encuestas y opinólogos cuando osan emitir juicios sobre hechos futuros. Las primarias presidenciales desmintieron los pronósticos previos que auguraban una notoria abstención -tres millones de votantes es un buen resultado para una elección de estas características-; sin embargo, restan aún casi 10 millones de ciudadanos que no se han pronunciado. Es ahí donde se juega la batalla decisiva, donde el ganador será quien interprete mejor el quiebre entre el statu quo y el cambio, encarnado en un proyecto país que logre identificarse con el sueño de un nuevo Chile, cada día más cercano.

 

Las primarias destruyeron algunos mitos: la denominada UDI “popular” marcó la gran diferencia en Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea; mientras la DC ya no representa el “centro político” al cual se aferraba, siendo superada por varios puntos porcentuales por un candidato independiente, sin máquina partidaria y que representaba una posición liberal respecto de los derechos civiles, y ortodoxa respecto de materias económicas.

El hecho más duro dice relación con la creciente pérdida de apoyo de la derecha chilena: ya habían perdido muchas comunas emblemáticas en las elecciones de octubre de 2012, pero esta vez asistimos a un incremento de la desafección ciudadana.

A partir de las primarias se abre un nuevo escenario. La candidata de la Concertación tendrá que seguir escondiendo a gran parte de la vieja guardia política, vilipendiada por la opinión pública debido a sus malas prácticas. A esta dificultad se suma la necesidad de explicar por qué en 20 años su combinación política no realizó ninguno de los cambios que hoy promete en su programa de gobierno. Existe el peligro, como en todo populismo, de levantar en exceso las expectativas, que luego se volatilizarán durante el período de la transacción ininterrumpida.

El debate, a partir de ahora, ya no es sobre lo que no se hizo, sino sobre la certeza de que no podrán hacer lo que prometen. Las razones están ahí: son los mismos y continúan con las mismas lógicas. El no haber realizado primarias parlamentarias equivale a no pasar el preescolar de la democracia. Si las primarias eran buenas para presidente, ¿por qué no eran igualmente buenas para senadores, que duran ocho años, se eligen bajo el sistema binominal y no existe la segunda vuelta?

Desde julio a noviembre, el debate estará centrado en la capacidad de los candidatos a la Presidencia de encarnar el cambio, ahora no sólo en base a un programa, sino en la oferta de un proyecto país definido. Nos aferramos a la convicción de que debemos construir una sociedad que deje atrás la larga lista de anormalidades que nos rodean. Un país donde deje de ser normal que envejecer sea sinónimo de empobrecerse, donde los engaños a los clientes sean la excepción y en el que nos asombre que una mujer no gane lo mismo que un hombre habiendo realizado una misma labor.

Serán cuatro meses para demostrar que el recambio sí existe y, más aún, es pedido a gritos por los nuevos chilenos que buscan un cambio verdadero, con coraje y responsabilidad.