La unidad latinoamericana, un anhelo de dos siglos —visualizada por Simón Bolívar y los demás héroes de la independencia—siguiendo a Mariátegui, no debe ser una copia de la unidad europea, sino “una creación heroica de los pueblos, al sur del Río Grande. Las treinta y tres naciones que componen la Celac, (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), se caracterizan por la asimetría y diversidad, en que las diferencias pueden convertirse en una gran fuerza si tenemos que reconocer en la unión latinoamericana un gran proyecto estratégico, capaz de proyectarse, con bases sólidas, en el tiempo.
En los gobiernos y en las clases políticas falta una visión de integración latinoamericana: no pocas veces el nacionalismo, que es más funesto que cualquier populismo, tiende a privilegiar los conflictos entre naciones hermanas, a sabiendas de que la complementariedad y el apoyo mutuo es nuestro sino histórico. Mientras no entendamos que pertenecemos a una gran patria latinoamericana, no lograremos insertarnos en el mundo como una fuerza continental poderosa. A pesar de que la democracia electoral representativa predomina en la mayoría de los países integrantes de la Celac, aún falta recorrer un gran trecho para lograr una democracia de calidad, en que los pueblos se constituyan en su actor principal.
Es cierto que en estos comienzos del siglo XXI en algunos países se han introducido mecanismos de democracia directa que complementan la democracia electoral, facilitando la participación de los ciudadanos en las políticas estatales, pero todavía resta mucho por hacer en este plano. La Celac y los otros organismos integradores del área latinoamericana han privilegiado el encuentro de los gobiernos con una visión vertical, sin comprender que la tarea fundamental consiste en la unidad horizontal de los pueblos y de los ciudadanos. Hay que considerar que muchos gobiernos padecen de una seria crisis de representatividad y legitimidad. La Celac debe ser capaz de integrar a países con gobiernos de diferente orientación política y, además, abandonar la concepción puramente financiera —característica de las distintas Cumbres y Encuentros— centrándose también en la cooperación cultural, en la búsqueda de un modelo de desarrollo que logre superar la dependencia de un solo producto, en general materias primas, que impiden agregar valor a nuestras exportaciones.
No debemos engolosinarnos con el alto precio de las materias primas, dependientes del crecimiento chino, sino desarrollar políticas conjuntas, que posibiliten una apertura a la innovación y, sobre todo, al intercambio de saberes y de competencias. A los países integrantes de la Celac aún les falta mucho esfuerzo respecto a una política de infraestructura y transportes, coherente con el siglo XXI y con el avance de la ciencia y de la tecnología, razón por la cual habría que multiplicar los corredores bioceánicos y la interconectividad aérea, terrestre y marítima.
A pesar de que se ha avanzado bastante respecto a la movilidad de las personas en América Latina y el Caribe, estamos ciertos de que aún no llegamos a la existencia de una ciudadanía latinoamericana-caribeña, que logre eliminar las fronteras permitiendo la circulación libre de personas y bienes. “La integración no es el punto de partida, sino el de llegada” y es el desafío principal del siglo XXI para nuestros pueblos.