Tengo los mismos 50 años que el Golpe contra el gobierno de Allende, y este año, como casi todos desde entonces, volveré a sentir lo mismo: el sin sentido. Cincuenta años y hoy Chile es el mismo Chile anclado a ese martes nublado de septiembre. En Chile no hubo justicia en tiempo y forma, y actualmente las élites de izquierda y derecha juegan al empate moral para sentirse no superiores frente al otro, sino que frente al resto, frente a la gente. El cliché dice que la historia la escriben los vencedores, pero Walter Benjamin retruca que, si la historia la escriben los vencedores, entonces hay otra historia, la de los vencidos. Esa historia en Chile no ha sido escrita.
Si la política es el arte del sentido y el contenido, en Chile la política nos dejó a la deriva. Las idas y vueltas de las propuestas constitucionales, de izquierda y de derecha, después de la revuelta social de 2019, son el síntoma más claro de que estamos escribiendo la historia con el lápiz del absurdo. El síntoma más evidente es que la conmemoración de los cincuenta años de este trauma, el más grande en nuestra historia reciente, quedó en manos de una agencia de publicidad. ¿Más síntomas? Dos declaraciones antagónicas entre derecha e izquierda, y un gobierno que abandonó la disputa por la agenda. La injusticia probablemente sea la causa de todo. Una sociedad que conoció demasiada impunidad ante una violencia y un robo al Estado así de brutal como la que vivimos, es difícil que entienda dónde termina el bien y dónde el mal. Y la responsabilidad de esa cicatriz es de la mayoría de los líderes de la transición democrática de los años noventa, que gobernaron en estas materias sin coraje.
Vengo y honro una tradición reformista y revolucionaria que no pide clemencia, reconocimiento ni compasión por sus luchas, éxitos o derrotas. Vengo de una élite derrotada por ese golpe: exiliados, torturados, presos, deportados y asesinados. Vengo de una élite que fracasó en su intento de contar la historia de los vencidos. No importa. No escribo desde el odio. Por eso conmemoraré con tristeza este once y me restaré de conmemoraciones masivas aunque no desactivaré nunca mi crítica más profunda a esa élite que sigue celebrando o relativizando el Golpe o la violencia. Son los cincuenta años del Golpe, no del Gobierno de Allende.
Como no hubo juicio para el dictador a nadie le importa la historia de los vencidos, la gente no está atenta ni a las conmemoraciones de los cincuenta años, y, seamos sinceros, tampoco a las encuestas que buscan encontrar con una tabla excel el corazón del pueblo. Con esa deuda impagable vamos a tener que vivir y avanzar. Tal vez esa sea la lección. Pero no basta. Yo pude querellarme y enjuiciar al asesino de mi padre. Mis tíos, primos y abuelos, asesinados y torturados, no pudieron. Desde esa tragedia tenemos que avanzar.
Hay una élite que comienza a celebrar el día de la patria, el 18 de septiembre, el once, porque cree que ambas fechas son momentos de la misma libertad, y a pesar de ella tenemos que construir el mañana. Con esa derecha, pese a todo, también tenemos que avanzar. Por eso he decidido desde hace tiempo, dejar de insultarla y de nunca más restarme a debatir con ellos. Son el problema, pero deben estar dentro de la solución. Nací en esa élite y la conozco de memoria, por eso sé que debemos enfrentarla, no evitarla. Debatirla, no invitarla. Aunque esa élite, que hizo fortunas durante la dictadura, sigue barbarizando las ideas progresistas y a los que creemos en ellas, tal como lo hicieron hace cincuenta años.
Entrampar el debate público sería un ejercicio improductivo y doloroso. Quienes tenemos el privilegio de protagonizar el debate público debemos proponer un camino distinto, pero proponer un camino: no renunciar al debate sobre la moral, en este caso, de la violencia de una élite y de un Estado en contra de la gente; violencia física, pero también ética, económica y social. Lo distinto: asumir que no caminamos sobre el cemento, sino que sobre el barro del sin sentido, y que desde ahí tenemos que levantar la economía mediocre, la mala educación, la salud precaria, la inseguridad que nos encierra de nuevo en nuestras casas en las noches, casi como en aquella época. Lo distinto: construir y convocar a un acuerdo desde nuestras contradicciones morales y políticas porque si no avanzamos, la víctima es, de nuevo, el pueblo.
Nos corresponde entonces y de modo urgente enderezar un país grande e injusto. Este mes debe ser el mes de la reflexión para el cambio. El otro camino, el de las conmemoraciones, o no le importa a la mayoría de los chilenos o desconfían con razón de manipulaciones de la política. Chile es más grande que sus diferencias porque ahora las sabe contener. A pesar de su élite.
Abrazos
Marco