En Chile se han forjado tres derechas equivalentes pero distintas, que luchan por eclipsarse las unas a las otras, y es desde ahí desde donde viene la ramplonería, la superficialidad y la agotadora imprevisibilidad en la que está sumergida nuestra política desde hace rato. Puede ser entretenida de ver, claro, como son entretenidas esas telenovelas larguísimas en las que da lo mismo que te pierdas 2, 3 o 10 capítulos, porque cuando la retomes sabes que las cosas van a estar más o menos donde mismo. Que todo va a seguir más o menos igual.
Hay una serie en Netflix, basada en un gran libro de ciencia ficción de Liu Cixin que se llama “El PROBLEMA DE LOS TRES CUERPOS”. Su argumento se basa en la dificultad que tienen los científicos para predecir los movimientos cuando son tres los cuerpos celestes que están interactuando entre sí. Cuando son dos los cuerpos, dos planetas por ejemplo, no pasa nada. Con las leyes de Newton basta. Pero cuando se añade un tercer cuerpo se complica todo porque las interacciones son múltiples y por tanto se disparan la inestabilidad y el caos.
No solo es figurativo o astronómico el problema de los tres cuerpos. En Chile, por ejemplo, pasa lo mismo con el problema de las tres derechas. No nos hagamos los sorprendidos, que pistas teníamos hace tiempo, pero remitámonos para esta columna a las reacciones luego de la segunda vuelta de gobernadores, y la forma en la que estas tres derechas se pusieron a pelear sobre quién era el más “radicalmente moderado“. Evelyn Matthei, por ejemplo, cuando equivocada e injustamente trató de tirar por la alcantarilla a Pancho Orrego, porque claro, es como él mismo decía un facho pobre (hagamos la trasposición con Matthei: por tanto, un pobre). A Orrego lo están tratando de tirar al bombo desde la derecha por exaltado, pero el candidato se les va a quedar ahí, tapándoles el lavaplatos, porque es indudable que hizo una gran campaña: comenzó en cero, pasó inimaginablemente a segunda vuelta, y sí, perdió por diez puntos… pero solamente por diez puntos.
La segunda derecha se veía en las vocerías de los ex jerarcas de la elite concertacionista, como en las de Landerretche cuando declara que “El programa de Evelyn Matthei va por el buen camino“; y la tercera en los discursos de las castas universitarias del Frente Amplio que, desde ese revestimiento de izquierda posmoderna y de la buenitud de parches y pañuelos, enfatizaba en sus análisis lo mismo: ganamos nosotros porque ganó la moderación, o sea el no cambio. El consenso como agua estancada.
El verdadero peligro, lo que nos está llevando a la abulia y a la incertidumbre, a convertirnos en una sociedad balcanizada, en un país-archipiélago; es la pérdida del sentido común y de los horizontes, también comunes, de trascendencia y cambio. El proyecto de justicia social y única. El cemento de la sociedad que es esa noción que debe vivir en todos y todas y que nos hace entender por qué, para qué y cómo es que vivimos juntos. O, para ponerlo en términos republicanos, el sentido patrio. Es por eso esta última derecha la más peligrosa de todas, porque nos dejó a los que hemos sobrevivido en política para hacer y liderar los cambios necesarios, en offside. Nadando en la piscina de hipocresía que ellos se encargaron de hacer y llenar.
El mismo Aristótele,s que decía que la política es el arte de lo posible y que la ética tiene que ver con la búsqueda del Justo Medio, también decía que no se puede confundir eso con la mediocridad y el “centro”. La moderación puede ser mediocre, porque claro, el mundo se nos presentará por atributos, pero cada día tiene su afán y cada pueblo su necesidad.
Exigir cambios y reclamar porque hay unos pocos multimillonarios arreglándose los bigotes en convivencia con castas de políticos y burócratas, no es de exaltados, es de justos. Bárbaros son los que se quedan de brazos cruzados viendo a los trabajadores morir arreglando un baño y a los profesores hacer clases bajo amenazas y con sueldos de hambre. Crueles los que pudiendo hacer algo, o peor aún, teniendo el deber de hacerlo, no hacen nada frente al robo mensual que las AFP hacen a los trabajadores. Los que vinieron a matar al neoliberalismo y ahora se quedan mirando a los jubilados que teniendo plata en esas cuentas, pasan hambre. Los que no hacen nada con la salud que es un chiste, o frente al miedo que la gente siente en las poblaciones porque la delincuencia los tiene aislados y encerrados.
Claro, esas cosas no pasan en el barrio alto. Allá no van a parar los migrantes ilegales ni se les llenan las escuelas públicas. No, allá vive la gente que desde el podio de la moral les dice, a los que piden cambios, “Radicales e Impacientes”, y les pide que: entiendan que la cosa va a chorrear finalmente, que van a poder jubilarse ustedes también, gente pobre, pero cuando dejen de ser flojos y aprendan a comer poco y a cotizar hasta los 120. Es que es tan impaciente la gente. Tan poco moderada. Quieren todo ahora.
¡Es que los inversionistas, por culpa de los octubristas, ya no quieren venir!
Mentira. No quieren venir porque las tres derechas que mandan son impredecibles, y son así porque se trasvisten las unas con las otras. Un rato Matthei quiere ser chucheta como Orrego, el presidente quiere ser como el otro que auspició el Golpe de Estado. Los tecnócratas de izquierda quieren tener ideas de derecha y los de derecha-derecha quieren quedarse con la marca “Concertación” para poder cantar con todas las fuerzas “que la alegría ya viene, ir a ver tocar sin culpa a Los Tres y hacer un revival de Bardon y Foxley debatiendo en UCV. Parecerse los unos a los otros y claro, ninguno a ningún latinoamericano. El norte ES el norte, eso sí que lo tienen claro. Por eso es que mientras tanto dejan pasar negocios que están ocurriendo acá mismo, bajo sus narices. La inacción de los moderados frente al puerto de Chancay, que va a colocar a Perú en una posición inmejorable frente a China, y que nos va a relegar a nosotros muy atrás en la región es fruto de esta radicalización de lo que ellos llaman centro, y yo mediocridad e irracionalidad.
Es cuando no tomas posición cuando los inversionistas no entienden como piensas y se van. Los inversionistas huyen no de la justicia social, huyen de la incertidumbre. El último Informe de Desarrollo Humano en Chile decía en sus conclusiones que los chilenos se dividen entre los que quieren cambios moderados y los impacientes. Esa separación moral es injusta. Yo prefiero verlo así:
Frente a los chilenos que quieren cambios -sean estos más o menos rápidos-, tenemos a una mayoría de la clase política, justamente los que ya tienen el sartén por el cambio, peleándose ese mango para ver quién le pone encima las dos manos para que la historia sepa, quién era de entre ellos más papista que el papa, el más conservador entre los reaccionarios, el más ramplón entre los mediocres.
Fuente: Interferencia