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Columna | La audacia de ser un Chupamedias – por Marco Enríquez-Ominami

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La Lucha de clases existe, y la vamos ganando nosotros, los ricos“, dijo hace casi 20 años Warren Buffet, uno de los hombres más poderosos del planeta, porque claro, se quieren robar hasta el marxismo. Es que yo no seré comunista, pero estudié filosofía y aprendí que eso que dijo Buffet como gran novedad, lo dijo Marx 160 años antes, porque, explicaba el barbudo, la lucha de clases no es solamente cuando los obreros hacen una toma o los alienígenas un estallido en la Plaza Italia, sino que también cuando los ricos van ganando, solamente que, a ese momento, se le conoce como “orden”.

Un orden, claro, injusto y falso. Donde se normaliza que la gente que trabaja sea pobre; donde se normaliza que haya una educación hasta con doctorados gratis para los ricos, y otra mala o malísima, para las capas medias y los pobres. Donde se normaliza que existan dos justicias, una para los poderosos y otra para la gente común; o dos monedas y que el pueblo gane en pesos, pero pague en UFs. Un orden que en realidad es un polvorín permanente.

Esa lucha de clases, en efecto, es vieja como el hilo negro. Es lo hegeliano que hay en Marx, si me apuran, pero hoy hay algo si no nuevo novedoso en ella. Porque, históricamente, la osadía le había correspondido a aquellos líderes que desde la izquierda se paraban en contra de ese orden injusto, y que promovían un otro orden, comunista, socialista, progresista, humanista, socialcristiano, liberal y hasta socialdemócrata, por último.

Hoy no. Hoy la osadía, especialmente en Latinoamérica, es la de aquellos políticos e intelectuales libertarios y neoliberales, quienes, desde la bravata y la bravuconería, nos quieren convencer de que lo realmente revolucionario, es defender ese “orden” en el que los Warren Buffet de este mundo van ganando. Que en la defensa de las grandes fortunas y de las grandes corporaciones, hay algo heroico. Que en la destrucción del Estado y en la privatización de sus empresas y servicios está la patria y la verdadera revolución. El verdadero cambio.

Es como pensar que el más audaz de la oficina del Jappening era Evaristo Espina, el chupamedias del jefe, que con un cartel de “I Love Zañartu” (o en su equivalente moderno “I Love Elon”), defendía en contra del resto de los oficinistas las políticas de explotación de sus jefes.

Pero no puede sorprendernos. Llegamos a esto por errores propios. Primero porque las izquierdas que ganaron en Chile, concertacionistas y frenteamplistas, terminaron siempre gobernando como lo hubiese hecho la derecha, y entonces a la gente no les quedó más imaginario posible que el de la elección entre dos o tres derechas. Por eso el cambio es hoy, para los votantes, la ultra.

Luego porque la inmoralidad en política no tiene que ver solamente con la corrupción, sino que también con la incompetencia y con la promoción de ideologías que reman en contra del bienestar común, y en Chile los políticos a cargo se han dedicado a cultivar todas esas dimensiones perversas.

Finalmente, porque el Estado, que es el artefacto material y simbólico con el que construimos comunidad y patria, la gente lo siente como capturado por élites indistinguibles, sean de izquierdas o de derechas, y por tanto no lo sienten, nunca, gane quien gane, como propio. Que vuele por los aires, es lógico, les ha comenzado a dar lo mismo.

Tiene responsabilidad en esta crisis de sentido la izquierda, sin duda, tanto como la tienen quienes han habitado como arrendatarios puestos de poder, y que cuando gobernaron defendieron la injusticia del orden -el orden en nombre del orden- y no cambios en nombre de la paz, la justicia y el bienestar como centro. Por eso es que tenemos que comprometernos con la verdadera audacia que significa llegar al poder para construir con equidad, bienestar y en nombre de la patria, un verdadero orden. De otro modo, la gente, con justa razón va a tirar el agua sucia con la guagua adentro.

Fuente: Interferencia