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Columna | Soledad, la versión Temu de la libertad libertaria – por Marco Enríquez-Ominami

milei

“Si deseamos tener un país más libre, tenemos que cuidar a los nuestros, no tirarlos a los leones. Tenemos que estudiar, analizar y, sobre todo, comprender a los que no están llegando de regreso, no a los que sí volvieron”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses comenzaron a analizar los aviones que regresaban de sus misiones y se dieron cuenta de que en algunos lugares del fuselaje se concentraban los impactos de balas enemigas, mientras que en otros no. Decidieron entonces hacer lo obvio: reforzar esas áreas. Hasta que comprendieron que estaban equivocados y que la conclusión debía ser, precisamente, la contraria. Los impactos en el fuselaje de los aviones que volvían demostraban que, en esos puntos, los balazos no eran fatales y que, en cambio, allí donde los supervivientes no habían recibido impactos, los caídos sí los habían recibido. Por tanto, esos eran los impactos mortales y también, los lugares del fuselaje que debían ser reforzados.

Este lindo ejemplo de lo que se conoce como “sesgo de supervivencia” nos deja lecciones morales profundas. Primero, que muchas veces lo obvio no es lo correcto. Segundo, que no podemos guiarnos por el ejemplo de los supervivientes: el “si yo pude, tú también” es siempre de mal gusto y, casi siempre, además, falso.

Esto viene a propósito de la lección moral que siempre nos insinúa la derecha neoliberal o libertaria. Hace algunas décadas fue Laurence Golborne, cuando nos decía “Es posible”, y nos describía la tragedia de haber tenido que nacer en Maipú, ser hijo de ferreteros, y que “pese a eso”, como él, si uno se lo proponía podía “ser alguien”. Hoy son el presidente Milei y, a su manera, el diputado Kaiser, los que nos cuentan la tragedia de sus infancias para decirnos lo mismo: Que si ellos pudieron tú también, que es el individuo, solo, sin Estado, sin comunidad, sin ayuda.

Por supuesto que, en ambos casos, lo primero que cabe es felicitarlos por haber salido adelante, pese a tanto daño que sufrieron. Cabe incluso darles un abrazo de compasión y cariño, y eso es precisamente lo que hago con estas palabras. Pero la conclusión moral sobre la pobreza, la violencia y el desapego en la crianza, que la derecha que ellos representan y promueven, está completamente errada.

Por ejemplo, imagínense a esos aviadores supervivientes de la guerra, ahora convertidos en autoridades, diciéndoles a los familiares de los caídos: “Mire, señora, si su hijo le hubiese puesto un poquito más de ganas, como yo, otro gallo nos cantaría… Mire, si se hubiese levantado más temprano, la bala le hubiese pasado por arriba… Mire, es que su hijo no quiso… Mire, es que, en realidad, no se la pudo… Así que no me venga a pedir ni ayuda, ni gastos, ni gestos, ni a mí ni al Estado.” Sería absurdo. Uno no puede imponer su propia vara para medir a los demás. No se puede, ni es justo, encajar el mundo y a los otros en el molde en el que lo montaron a uno. Menos en política, donde lo que debe primar es todo lo contrario.

Porque hablemos de familias disfuncionales (para empatarlos a ellos en la falta de decoro): la mía. Partiré por el final y mi conclusión. Precisamente porque mi papá, Miguel, prefirió hacer la revolución en vez de criarme, es que entendí que las transformaciones políticas deben ser tranquilas y no revolucionarias. Entendí que la familia es el eje, la felicidad y el fundamento de la vida en comunidad.

También los méritos de los supervivientes en la ideología libertaria son falsos. “Es que soy más inteligente por eso me gané la beca Chile”, dicen muchos. Pero la inteligencia, dicen muchos, es un rasgo genético que vale solamente cuando se encuentra con un medio ambiente adecuado para prosperar. Y entonces, ¿qué? ¿Vamos a castigar a la gente que no se encontró con ese medio ambiente adecuado? “Es que yo tuve más voluntad.” ¿Entonces qué hacemos con quienes están deprimidos? ¿Los castigamos? O con los enfermos. Conozco gente con fibromialgia, por ejemplo, con migrañas crónicas, que pese a todo salen adelante con el dolor. ¿Qué hacemos con ellos? ¿los dejamos solos porque querer es poder? Querer no es poder y la gente que creció en el Chile de verdad, ese que no es el de las cinco comunas del barrio alto, lo saben bien.

Si deseamos tener un país más libre, tenemos que cuidar a los nuestros, no tirarlos a los leones. Tenemos que estudiar, analizar y, sobre todo, comprender a los que no están llegando de regreso, no a los que sí volvieron. Yo sobreviví. Estuve preso con mi madre cuando tenía tres meses. Luego me exiliaron y no pude volver hasta los catorce. Una buena parte de mi familia y amigos de la familia fueron desaparecidos, exiliados, torturados y asesinados. Por nuestro pequeño departamento en Francia desfilaban y se alojaban las víctimas de la dictadura, y mi mamá y mi tío las recibían y escuchaban. El ambiente, por décadas, en mi vida, fue de tristeza y desarraigo.

Yo sobreviví a esa infancia y al ambiente de esa crianza, solamente porque tuve la suerte de que en mi vida se cruzaron personas buenas. Tuve a mi madre y a mi papá adoptivo, los tuve a Manuela y a Carlos. Tuve amigos que me cuidaron allá y, cuando volví a Chile ya adolescente, a los 14, tuve a otro puñado —pero fundamentales— como el brillante economista Ignacio Briones y su familia, que hasta me llevaban al médico. Tuve mucha más suerte aún cuando estuve triste, cuando me deprimí: porque esa gente que me quería pudo comprarme remedios, llevarme al psicólogo y, sobre todo, porque supo abrazarme. Tuve suerte porque cuando llegué, lo hice para vivir a una de esas cinco comunas del not-Chile. Llegué a vivir entre los privilegiados y sus privilegios.

Pero hay gente, mucha gente, que no tiene plata para ir al psicólogo ni para los remedios. Muchos tampoco cuentan con abrazos. ¿Qué hacemos? ¿Los dejamos solos? O, como dirían ustedes: ¿los dejamos libres? Que no se me malentienda: ¡Viva el individuo y su esfuerzo! Pero valoremos todos los esfuerzos, los de los que lo intentaron y lo lograron, y los de los que lo intentaron y fracasaron. De los que nacieron con un Tío Rico que les prestó plata para poner un emprendimiento, pero sobre todo de los que cuando lo hacen están arriesgando los ahorros de su vida y la vida de su familia. Esa es la diferencia y en ese lugar, asegurándoles a ellos que, aunque fracasen, sus familias van a tener un piso mínimo de salud, educación y pensiones (el refuerzo del fuselaje), el Estado y su fortaleza son la clave.

Por eso, presidente y diputado libertario, mundo neoliberal, sépanlo bien: uno no puede comportarse ni pretender ser el modelo de todos, y menos aún cuando se es autoridad, como lo son ustedes, que sí gobiernan y tienen poder. Lo que debemos hacer es lo contrario: asegurarnos de que quienes estén volando, de que los que van a volar y de que los que ya están descendiendo para aterrizar, lo hagan en seguridad y en paz.

Fuente: Interferencia.cl