Marco Enríquez Ominami (Presidente Fundación Progresa) y Daniel Flores (Dr. Sociología; Mg. Ciencia Política; Antropólogo)
El concepto de Participación naufragó en el mar de la incertidumbre. Su vacío se expresa en las contradicciones que encumbra. De muestra dos botones: Hace un año el rey de Holanda promovía el neoliberalismo diciendo, parafraseamos: “tenemos que terminar con el Estado de Bienestar, porque el siglo XXI exige la participación ciudadana de los holandeses”. Al mismo tiempo, varios compañeros muy entendidos en Marx, más de alguna vez nos han argumentado que, en el fondo, en el fondo, la participación ciudadana: “no es más que la dictadura del proletariado”. La participación da para todo y por tanto da para nada.
Luego, cuando los políticos que hoy ejercen el poder dicen “participación”, más que buenas intenciones democráticas de lo que están hablando es de mecanismos que les permitan legitimar decisiones que ya tomaron. Y el mecanismo es simple. Se contratan consultoras especializadas, las que organizarán este “proceso participativo” –tecnocrático y eficiente-, transformando a la gente en muestras, a los discursos en indicadores, a los cabildos en “talleres con tarjetas” y a las asambleas en focus.
La idea es reducir las voluntades de la gente a variables medibles y controlables, porque no se vaya a salir el pueblo por la tangente y pedir algo distinto a lo “racional”. Racionalidad que no es más que un eufemismo para decir (repetimos): “la decisión que ya tomamos”.
La participación se ha transformado de este modo en un adverbio espurio. Como ve Bateson en el médico a palos de Moliere, cuando al aprendiz de matasanos le preguntan “¿por qué el opio hace dormir”, y él sólo se atreve a responder “Bueno, porque tiene un… principio dormitivo”.
– Sr Alcalde, ¿la gente Participó?
– plenamente
– Y cómo?
– Participativamente. Con mucho entusiasmo. Vinieron para acá y participaron. Hay hartas fotos.
Y entonces, se nos viene a la memoria esa escena emblemática de Myriam Palacios en “Caluga o Menta”: Y ahí te quedái’ como mosquita muerta. Yo te he dicho otras veces: si vienen esos hueones (de la Municipalidad) a ofrecernos algo tenemos que decir que sí. Si nos ofrecen pasto, pasto queremos; bicicleta, bicicleta le queremos; Citroneta, Citroneta le queremos. Ni hueones que fuéramos.
Así las cosas, la desesperanza aprendida nos ha enseñado a desconfiar de frases como la que utilizó la Presidenta el último 21 de mayo, cuando habló del “Proceso Constituyente”. En su discurso ella se comprometió a buscar “un equilibrio adecuado entre una participación ciudadana realmente incidente y un momento institucional legítimo y confiable”. Lo que en otras palabras quiere decir: “garantizaremos que la gente participe participativamente, y que no se arranque con los tarros”. Creemos por eso, que no basta con que la Presidenta prometa un proceso participativo “realmente incidente”. Porque incidir es opinar. Y a uno le piden la opinión cuando acompaña al pololo o a la polola a comprar ropa. Pero cuando uno está evaluando los destinos del país, que tiene que ver con el colegio donde estudiarán nuestros hijos, con la pensión con la nos jubilaremos, con el destino de las ganancias del cobre, uno espera, no “incidir no más”, sino que participar de la toma de decisiones.
Es como cuando te invitan a un matrimonio, pero sólo a la ceremonia. La gracia de la democracia es que nos inviten a todos a la fiesta, no solo a ser testigos lejanos del rito. Sin piñata no hay posada. Todo tiene que ver con el ancla de la participación. El lugar de las decisiones de los representantes de la gente. Sobre el momento vinculante de todo esto.
Por eso la discusión no es sobre el contenido sino que sobre la forma de la Nueva Constitución. No es sobre la incidencia de las opiniones, es sobre el poder de vínculo de las definiciones que la gente haga. No es sobre el principio dormitivo de la participación, es sobre el poder de la gente. La participación ciudadana es técnicamente anclable. Los expertos han desarrollado metodologías y estrategias para que la gente tome decisiones en todos los niveles del Estado. Pero esto necesita un compromiso político, que hasta el momento, se mantiene ausente del discurso de la Presidenta. ¿Dónde y cómo se realizará el momento vinculante de las decisiones que tome la gente en este “proceso constituyente”?. Hasta que esto no se resuelva, la “participación incidente, equilibrada e institucional” que nos proponen, no es más que un sueño “dormitivo”.