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Columna | Aprobar para reformar

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por Marco Enríquez-Ominami

Esta vez no será por el mal menor. Esta vez será por dar un paso adelante. La nueva constitución, en efecto, se fragua contra viento y marea, llena de flancos y debilidades. Con más y menos responsabilidades de los miembros de la convención, pero, pese a todas esas imperfecciones, lo que se plebiscitará en septiembre será cien veces mejor que lo que se nos impuso en dictadura.

La única certeza que tenemos hoy es que el mundo está sumergido en incertidumbres e inseguridades. Frente a esas incertidumbres, el Estado subsidiario que consagra la Constitución del 80 deja a las personas a su suerte y al Estado sin herramientas para protegerlas. El Estado Social que define la nueva Constitución nos permitirá enfrentar esas incertidumbres e inseguridades protegiendo a las personas: va a ser inconstitucional dejar a la gente sola ¿no les parece que sólo por ese cambio vale la pena aprobar la nueva constitución?

En efecto, el nuevo texto será impreciso, incorrecto, injusto, mezquino, pero aún así valdrá la pena aprobarlo porque es un paso gigante hacia adelante en nuestra lucha por hacer que la gente viva mejor y con justicia. Estoy de acuerdo, el nuevo texto es injusto y nos muestra que todavía nos faltan kilómetros, por ejemplo, para llegar a una distribución justa del poder entre los territorios. Pero comparada con la Constitución del 80 donde el presidente es una especie de monarca y los miembros de los poderes una suerte de corte de palacio, es un avance monumental.

Por cierto, que, no es el espíritu que nace en las calles: el mono constituyente con el que se está escribiendo el nuevo texto surgió de un acuerdo que buscaba frenar la movilización y rescatar a las élites políticas. Pero también es cierto que la ciudadanía se les metió por la ventana y que supimos, los que no habitamos el poder, reconquistar cuotas significativas de representación, sobre todo en materias de paridad de género y cuotas para pueblos originarios.

Esta claro que los miembros de la convención, muchos de ellos, no estuvieron a la altura y que ha sido, por momentos, un caos hasta vergonzoso. Pero sin lugar a dudas que debemos preferir eso a la Constitución del 80, imaginada por 7 pelagatos que sesionaban tomando café mientras a la gente la torturaban o nos exiliaban para que no les jodiéramos y pudieran imaginar su país tranquilos ¡Claro que la Convención ha sido mejor que eso!

La nueva Constitución es un progreso y su inercia de cambios nos permitirá empujar las reformas, reglamentos y leyes en la dirección correcta. La utopía sigue siendo la misma: hacer de Chile un país que proteja a su gente y a su naturaleza, y para eso, la misión no termina, sino que comienza en septiembre ganando con el apruebo el plebiscito.

Fuente: Interferencia

 

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