Hemos perdido el rumbo. Pero hace décadas. En Chile nos hemos obsesionado con el vivir mejor, pero no con el vivir mejor juntos. Desde hace medio siglo la desconfianza y la apatía, lo reflejan las encuestas y la propia economía, se han convertido en la música de fondo de todo lo que se emprende y de todo lo que, frustradamente, se ha intentado reformar.
Por eso creo que la crisis es anterior a lo social y a lo económico. La crisis es sobre nuestra identidad. Sobre nuestro sentido de lo común. La identidad juega un rol fundamental en el desarrollo de las naciones. Porque la Identidad no es algo meramente “individual” como suele pensarse, sino que al revés, es un hecho eminentemente social. Porque el rol de la identidad es dar a las personas un sentido de pertenencia. Es lo que nos permite entender de dónde venimos y hacia dónde vamos. Es una máquina del tiempo que permite a las naciones y sus habitantes pedirse perdón –hacia el pasado-, fijar promesas –de futuro, y por tanto encontrarse en un “sentido común” en el presente.
La gran deuda de la izquierda chilena es precisamente esta. El sentido de gobernar no es crecer ciegamente. Porque yo puedo privatizar todas las empresas del Estado y hacer que Chile crezca al 100%, pero sin que la gente reciba un solo peso. Bien sabemos de eso los chilenos. El sentido de gobernar desde la centro izquierda es el de hacer cambiar las cosas, pero, insisto, no para vivir mejor, sino que para vivir mejor todos juntos. Es hacer cambiar las cosas desde un sentido de pertenencia común. Desde una idea común sobre lo público (lo que es de todos).
Pero la identidad no es un monumento. La identidad fluye como las aguas del río. Cambia. Pero en el cambio permanece. Como en la paradoja del barco de Teseo. Esa que cuenta la historia del barco en que regresó el héroe ateniense desde Creta, y que sus descendientes se esforzaban por conservar cambiando por maderas nuevas y más resistentes, las tablas que se iban estropeando con el tiempo. Al cabo de los años los filósofos atenienses se preguntaban: Si hemos cambiado todas las tablas, ¿es ese el barco de Teseo?
Si desconfiamos entre nosotros, si no hemos sido capaces de reconocemos en una misma historia reciente, y si no hemos sido claros en definir un proyecto conjunto de futuro para todos, cuando hablamos de “nosotros los chilenos”, ¿de qué estamos hablando?. Y cuando hablamos de crecer, hablamos de crecer para qué lado. Creo que sobre este punto estamos viviendo una oportunidad única. En el aire se siente, parafraseando a Gramsci, que hay un Chile viejo que no termina de morir, y uno joven que no termina de nacer. Creo profundamente que tenemos que hacer nacer el nuevo Chile desde el reconocimiento de los chilenos que viven en él. Y que ese reconocimiento solo es posible si se hace desde la diferencia. Vale decir, desde el reconocimiento de Chile como un Estado que alberga diferentes nacionalidades culturales e identidades territoriales. Por eso, desde el progresismo creemos que, más allá de nuestras convicciones sobre la necesidad de este reconocimiento, así como el de la re-estructuración de Chile desde sus territorios (federalismo atenuado que hemos propuesto como Progresistas), la consigna fundamental a la que nos debemos sumar, es la causa por una Asamblea Constituyente. La deuda de Chile es única en el continente. Somos prácticamente el único país de la región que no ha sido capaz de reconocer constitucionalmente a sus pueblos indígenas ni de promover sus derechos. Estamos en el medioevo de la democracia. Por eso creemos que solamente desde la participación y el reconocimiento institucional de las identidades culturales en el poder constituyente, podremos fijar el sentido político que nos llevará a ese buen vivir juntos. Porque sin identidad, sin un sentido común de futuro, creceremos pero para cualquier lado, y, como dijera Nicanor Parra, nunca lograremos ser un país, y seguiremos siendo simplemente un paisaje.
Marco Enríquez-Ominami