La izquierda chilena ha renunciado -por distintos motivos- a la construcción de acuerdos, y está dejando la cancha despejada, no solamente al, todavía, improbable triunfo de Piñera, sino que además le está dando espacio a este para construir una suerte de cogobierno.
En la izquierda tenemos que entender que en democracia no existen las decisiones perfectas, y que la mejor solución en política es el acuerdo. La ciencia de la administración pública demostró esto hace más de medio siglo. Renunció, primero, al sueño absurdo de encontrar la mejor solución; luego, al sueño modesto de encontrar la solución más satisfactoria, para quedarse finalmente con el único objetivo político racionalmente posible: lograr acuerdos. Solo los acuerdos, en tanto construcción de compromisos y de estrategias, permiten avanzar políticamente. Vale decir. Caminar hacia un objetivo de lo común.
Pero en la izquierda hemos despreciado la construcción de los acuerdos políticos, por distintos motivos. Primero fue el Frente Amplio y esa lógica de silogismos de tercero medio que usan para construir sus estrategias políticas: Boeninger hacía acuerdos/Boeninger era de la Concertación/Hacer acuerdos es ser de la Concertación/Ergo, nuestro proyecto político no va a ser el de los acuerdos, sino que el de los disensos. Pensar así es lo mismo que lavar el poto de la guagua y botar el agua sucia con guagua y todo.
Proponer un proyecto político que entiende al disenso como solución a los problemas públicos es un tremendo paso en falso para quienes, desde la izquierda, queremos convencer a los chilenos que los cambios que proponemos no solo son posibles y justos, sino que, sobre todo, pacíficos y gobernables. Proponer, como hace el Frente Amplio y su retórica de marchas, la confrontación como única solución -¡Única solución, Revolución!-, es ofrecer a la gente, como horizonte de lo posible, el barro del estancamiento y el lenguaje de los sueños. Y yo no quiero que sigamos soñando. Yo quiero que despertemos.
Y al revés, la Nueva Mayoría -pese a los esfuerzos de Bachelet- se estancó en el barro de la conformidad, que es el anverso trágico de la lógica de los acuerdos. Porque el que debiera ser su nuevo líder, el senador Guillier, en vez de hacer trabajo legislativo, que es el de construir y afirmar los acuerdos, prefiere simplemente darlos por sentado. Como si en la vida las cosas cayesen cocinadas desde el cielo. El más cómodo de los Presidentes de Chile también pensaba como él y solía decir que en política «hay dos clases de problemas: los que se resuelven solos y los que no tienen solución». Pero, lamentablemente, el fracaso de la ley de aborto, que es un fracaso de las no-gestiones de Guillier, como el mismo admitió, demuestra que, en política, la flojera nunca será una buena consejera.
Marco Enríquez-Ominami
Fuente: EL Mercurio