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Columna | Pichintunes – por Marco Enríquez-Ominami

pensiones

Los pichintunes cuentan. El marginal, gradual y efímero aumento de las pensiones, que la Reforma Previsional recientemente aprobada, significará para el grupo de población que sí lo verá, será, para muchos de ellos, la diferencia entre poder o no comprar un remedio, entre poder o no desayunar al otro día. Los pichintunes cuentan, pero no se celebran. No nos podemos rendir ahora.

Primero, porque el aumento es mínimo, va a desaparecer y los costos se van a cargar a los bolsillos de los trabajadores, no a las ganancias de las AFPs, que sería lo lógico. Recordemos que fueron creadas para pagar pensiones, no para “soportar el modelo económico vigente”, como alegan ideológicamente sus defensores. El argumento que acá presento no se trata ni de destruir el modelo, ni de defenderlo, ni de construir otro al lado. Se trata de que acordemos un sistema dentro del que la gente viva bien, protegida y sin incertidumbres. Esta reforma no logra eso. El 1,5% del “bono años cotizados”, que era el componente solidario del entramado, en 20 años habrá desaparecido. La reforma no le va a llegar a nuestros hijos ni a nuestros nietos. Es un poquito de pan para hoy, pero hambre e incertidumbre para mañana.

Porque, la reforma tampoco se hace cargo de una de las principales críticas que los expertos han hecho al sistema, que tiene que ver con la irresponsabilidad que significa colocar los fondos de la seguridad social de millones de personas, en fondos de inversión riesgosos y volátiles, a cargo de personas cuyo trabajo y pasión es jugar a ganar y a perder con esa plata.

Keynes concluyó esto claramente observando el mercado durante la crisis de 1929, cuando dijo que, en efecto, los mercados de acciones eran como un casino debido a su volatilidad y a su comportamiento especulativo, lo que los hacía inadecuados para gestionar fondos de seguridad social. Lo advirtió cien años antes y el mundo le hizo caso, menos nosotros. La reforma, al revés de la prudencia a la que debiera obligarnos el sentido común, propone que desde el bolsillo de los trabajadores se destine a esa timba financiera ya no el 10, sino que el 14,5%, que en unos años más va a ser el 16%. Pasaron del ¡No+AFP! al ¡+AFP! en menos de un gobierno; ¡Cuatro patas sí, dos pies, mejor!

Fue para que no se desmoronara el sistema privado de pensiones, es cierto, pero, ironías de la vida, en la historia quedará escrito que el verdadero aumento en las pensiones de los chilenos habrá sido gracias a la PGU (Pensión Garantizada Universal), y que esa fue una creación del presidente Piñera. Casi el 70% de las pensiones en Chile las paga esa PGU y lo hace con plata del fisco. Sin ese esfuerzo estatal, la vejez sería un sinónimo ya no de pobreza, sino que de miseria. Sin embargo, esta celebrada reforma, en vez de esmerarse, por lo menos, en fortalecer la PGU, se concentra en apuntalar con más recursos un negocio, el de la industria de las AFPs, que ya es suficientemente redondo para sus dueños, pero que, insistimos, es incapaz de pagar pensiones dignas ni a sus cotizantes ni, menos aún, a los chilenos que trabajan o boleteando o de manera informal.

El otro gran pecado de esta Reforma, es haber desestimado otra de las grandes críticas, que hasta en el Banco Mundial realizó -Institución que, recordemos, fue el gran promotor de la privatización de los fondos de pensión hasta la crisis de 2008, cuando una burbuja especulativa dilapidó los fondos de millones de trabajadores y por fin entendieron, a regañadientes, el punto de Keynes-. Este problema es, precisamente, el que se supone que la privatización venía a solucionar: la crisis de gobernabilidad que significa que un sector de la sociedad acumule tanto poder económico e influencia política: Los gerentes de las AFP manejan no solo millones, sino que también información privilegiada, asimétrica e invierten millones de millones en publicidad para financiar medios de comunicación, tecnócratas y periodistas, para que les hagan de publicistas y de relacionadores públicos.

¿Qué nos queda? Pues no rendirnos, no cerrar el tema de las pensiones y hacer ahora sí en serio, un gran acuerdo nacional, que no sea otro acuerdo entre élites que se abrazan y se levantan las manos entre ellas. Un acuerdo entre chilenos y de cara a sus problemas. Chile tiene que evolucionar hacia un sistema mixto, que permita a la empresa privada hacer lo suyo; generar riquezas, y al Estado hacer lo suyo; dar certezas a la gente. El mundo está más loco que nunca, y nosotros no podemos conformarnos con echarle más leña a ese fuego. De muestra un botón: ¿Qué alguien nos explique y se haga cargo sobre lo que pasó esta semana con nuestros ahorros cuando deepseek reventó la burbuja de empresas de Inteligencia Artificial en Estados Unidos?

No se trata de imponer un sistema de reparto, pero tampoco de que todo siga igual… igual de mal. Se trata de desprivatizar un poco y gradualmente el sistema de pensiones chileno. Se trata de reemplazar la lógica del negocio de las pensiones por un enfoque basado en derechos sociales. Construyendo, como sostiene el economista Andrés Solimano en su libro sobre el sistema de pensiones, un sistema mixto y diversificado, donde el actual modelo de capitalización individual conviva con un pilar público modernizado. Este nuevo esquema debiera tener tres pilares principales: Un Pilar básico solidario, que garantice una pensión mínima financiada con recursos públicos, asegurando un ingreso básico para todos los jubilados; un Pilar público-tripartito de reparto, que funcione mediante un sistema de cotizaciones compartidas entre trabajadores, empleadores y el Estado, asegurando pensiones más predecibles y sostenibles en el tiempo; y un Pilar reformado de cuentas individuales, que mantenga la opción de ahorro individual, pero eliminando el monopolio de las AFP en su administración. En este esquema, los trabajadores podrían elegir entre el pilar de reparto y el pilar de cuentas individuales, permitiendo que ambos compitan en condiciones justas por la preferencia de los cotizantes.

Ni la muerte ni la eternidad para el modelo de libre mercado ¡Qué las ideologías  se caigan de la mesa! El objetivo debe ser construir un sistema de jubilación mas equitativo, eficiente y democrático, donde las pensiones sean un derecho garantizado y no una fuente de lucro o poder. Vivan los pichintunes…  pero no los que se desvanecen en el aire.

Fuente: Interferencia