Es común que cierta prensa nos intente asociar, a la izquierda chilena, con el populismo. Sin embargo, nuestra izquierda cuenta con el mejor antídoto: su diversidad.
La cantidad de fuerzas, fracciones, tendencias y liderazgos en este lado luminoso de la fuerza asegura, al mismo tiempo, que su incapacidad de montar hegemonías, las anclas consensuales a las que cualquier liderazgo se deberá someter, si lo que ambiciona –claro- es ganar el poder para transformar su sociedad.
Sin embargo, esta ventaja se corresponde con un desafío importante: el de la unidad.
¿Cómo lograrla? Pues propongo que buscando entre nosotros puentes antes que barrancos.
Ahora es más fácil que hace doce años, porque hoy todas las izquierdas comparten un sentido común: el de la necesaria y urgente construcción de una sociedad democrática, que respete irrestrictamente los derechos humanos y el medioambiente, y de un sistema económico que reconozca y fomente la iniciativa privada, y permita que el medioambiente, la salud, la educación y las pensiones no estén determinadas por el mercado.
Esto, que hoy es la línea de base de nuestros debates en la izquierda, el 2009 era cosa de díscolos y enajenados. De «marquitos». Y es que la izquierda alcanzó a su vanguardia en este piso. Pero entonces, qué debe hacer esa vanguardia. Juzgar moralmente a todas las izquierdas que creyeron en otras promesas, y perseguirlas como Javert a Jean Valjean. O, es que la izquierda debe darse también espacios para la redención y el perdón. ¿Pudo la vieja política haber aprendido algo de la nueva política? De hecho, esta vez, fue la vieja política la que propuso primarias, y la nueva la que quiso prender la cocina.
Frente a la rendición de la izquierda de los noventa, admitamos el mérito de la redención de la izquierda del 2013 y el segundo gobierno de Bachelet. No de toda la izquierda, tampoco digamos que fue una redención exitosa, pero si, seamos justos, meritoria. De hecho, buena parte de «la nueva política» participó de ese gobierno de la Nueva Mayoría.
Y cuidado que, al mismo tiempo que las viejas izquierdas buscan su redención, la derecha, hegemónica en su discurso totalitario, ha abandonado ya todas sus pretensiones democráticas, en su afanosa lucha por perpetuar una sociedad de privilegios disfrazados de méritos.
Las banderas son fundamentales, pero hoy deben ser las banderas que nos unen las que se icen más alto. Roque Dalton decía que los menos fascistas entre los fascistas también son fascistas. Y por lo mismo, debemos decir que los menos progresistas entre los progresistas, también son progresistas, y debemos buscarnos y encontrarnos, todos y todas.