“También es debilitar al Estado engordarlo sin propósito, creando ministerios para repartir cargos entre amigos. Es deslegitimarlo. O ignorar durante años la corrupción, especialmente en el sistema judicial, que perpetúa la existencia de dos justicias: una para los poderosos y otra para el resto. A la realización de la utopía líber-cavernaria, esa Detroit del futuro, no solo han contribuido ideológicamente la derecha, sino que también las ideologías que desde la izquierda han llamado a saltarse al Estado, o que lo entienden como un botín de guerra, como una fuente de “pegas”, y no como uno de los componentes del cemento de la sociedad”.
Las utopías neoliberal y libertaria son equivalentes. En la primera, el Estado debe encargarse solo de lo que el mercado no puede resolver. En la segunda, el Estado, que era el obstáculo para la libre realización del mercado, ha desaparecido. En ambas, el mercado desindustrializa a la sociedad para llevarla a un estadio superior de servicios, dejando en manos de las grandes corporaciones la educación, la salud, las pensiones y la seguridad. En esta isla perfecta, sin Estado, las relaciones se resuelven en una armonía “razonable,” donde el más fuerte, el más inteligente o el que más se esfuerza sobresale y se enriquece, sin pagar impuestos, y, por tanto, en libertad.
Esa utopía es la que retrata Paul Verhoeven en su película Robocop (1987), la historia de Murphy, un policía asesinado por una pandilla y resucitado por la compañía de seguridad OCP como un prototipo cyborg. Su propósito: reemplazar a la ineficiente y costosa policía estatal. La ciudad, Detroit, ha evolucionado de industrial a una economía de servicios, y el Estado ha sido reducido a su mínima expresión. De los asuntos públicos se hacen cargo los gerentes de grandes empresas, quienes actúan según la cantidad de acciones que poseen. Los medios de comunicación en esta Detroit, ahora renombrada “Ciudad Delta,” funcionan en armonía con los intereses corporativos, y la población, razonablemente se adapta también a esa “armonía.”
Así que, en Ciudad Delta, las personas han comenzado a defenderse por sí mismas, individual y tribalmente, generando un caos, precisamente, para el que ha sido creado Robocop. Murphy, el policía humano, fue asesinado en una fábrica abandonada, la película se resuelve en una fundición abandonada. Uno de los casos que debe enfrentar Robocop es una toma de rehenes liderada por un exfuncionario municipal que exige “que le devuelvan el trabajo”. La armonía, en este contexto, consiste en que las grandes corporaciones lucran resolviendo el caos que ellas mismas generaron al destruir el Estado y el trabajo.
La utopía libertaria no es distinta. Su sueño también es la ausencia del Estado y del trabajo: “Tú serías rico si no fuera por el Estado.” Serías Elon Musk, pero no lo eres, ¿sabes por qué? Porque existe un político. Con bitcoins, YouTube, TikTok, OnlyFans o cualquier otra cosa de esas, podrías lograrlo… pero siempre hay un funcionario. Trabajar poco y cobrar mucho.
Pero resulta que, en la modernidad, son el Estado y el trabajo los organizadores sociales fundamentales. El primero resguarda el contrato social, el segundo la realización individual. La utopía libertaria es la caverna, no la modernidad. Es la premodernidad. Es volver a ese estado de naturaleza del todos contra todos, donde cada uno se defiende solo y los acuerdos se hacen respetar a garrotazos.
Esa premodernidad cool, que defienden para el resto del mundo Musk y el presidente Trump -porque hacia adentro de Estados Unidos son proteccionistas e industrialistas-, como en la Detroit de Robocop, lo que buscan es caotizar a las sociedades para venderles un orden privatizado. Que se desindustrialicen, para que estas sociedades les sigan comprando a ellos sus productos y vendiendo, a precio de huevo, sus recursos naturales. Que la gente compre armas para defenderse y que se haga cargo de la delincuencia. Por lo demás, fueron los trágicos hechos de justicia por mano propia ocurridos esta semana, los que inspiraron esta columna.
Hay agentes evidentes de esa premodernidad, como el presidente Milei en Argentina, Novoa en Ecuador, o en Chile, una tradición que va desde Pinochet hasta el diputado Kaiser, pasando por Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Pero también hay responsables menos obvios desde la izquierda, quienes han contribuido a esta deriva cavernaria: violar la presunción de inocencia o invertir la carga de la prueba, es el equivalente a hacer justicia por mano propia, al marginar al Estado y su justicia de las relaciones sociales.
También es debilitar al Estado engordarlo sin propósito, creando ministerios para repartir cargos entre amigos. Es deslegitimarlo. O ignorar durante años la corrupción, especialmente en el sistema judicial, que perpetúa la existencia de dos justicias: una para los poderosos y otra para el resto.
A la realización de la utopía líber-cavernaria, esa Detroit del futuro, no solo han contribuido ideológicamente la derecha, sino que también las ideologías que desde la izquierda han llamado a saltarse al Estado, o que lo entienden como un botín de guerra, como una fuente de “pegas”, y no como uno de los componentes del cemento de la sociedad.
Fuente: Interferencia.cl