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Columna | Socialismo de nicho – por Marco Enríquez-Ominami

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Las grandes fortunas aborrecen el socialismo para todos, pero aman este socialismo para ellos, que funciona solamente para defender su bienestar y esta economía planificada que beneficia solamente sus intereses. Así funciona el régimen chileno y, para que ande bien, necesita de agentes como el abogado Hermosilla. Es decir, de expertos en aceitar la informalidad del sistema, para que esos dueños de todo y sus familiares y amigos, se muevan por el lado de afuera de las instituciones.

No es corrupción, estrictamente, porque el gran éxito del sistema es haber formalizado la desigualdad ante la ley. En Chile la desigualdad es la regla, no su violación. Son los pobres los que se conmueven con la rotería esa de la dureza de las instituciones o la ceguera de la justicia, porque los ricos siempre tienen un amigo adentro, un pituto; redes, como le llaman para no ponerse colorados, y a través de ellas se mueven a punta de reciprocidad y solidaridad de clase. No es broma, la consciencia de clase existe en Chile, pero también es de nicho.

El propio Estado de Derecho en Chile está diseñado para que institucionalmente el beneficio y la responsabilidad tributaria sea también desigual, porque la plata es un detalle, lo importante es el valor simbólico de mantener esa desigualdad. Aparece tantas veces eso en los libros de historia, por ejemplo, ese requisito que tenían los nuevos ricos que llegaban a Chile, y que dictaba que, para hacerse parte de la oligarquía criolla, tenían primero que tener “un campito” porque con el campito venía la servidumbre.

Pero para hablar de esta no-corrupción institucionalizada, mi ejemplo favorito es el de las AFPs porque es dramático, urgente y descarado: Un grupo de millonarios que saca mes a mes, a través del Estado y su fuerza, plata del bolsillo de los trabajadores para meterlo en una timba financiera, en nombre de devolverles, cuando viejos a esos trabajadores, plata para su jubilación. Eso es la cumbre de la institucionalización del descaro. Ahora bien, el ejemplo de Hermosilla nos permite entender otro nivel de esta misma no-corrupción del sistema, de esta reciprocidad de clase o socialismo de nicho, que es cuando el derecho civil y penal son usados para hacer tráfico de influencias.

No puede sorprendernos la amplitud de la red del abogado porque lo que él hacía, cuando le hacía un favor a alguien, no era llevar agua para su molino, sino que abrir los ductos de agua (poder) para los molinos de un montón de gente. Dicho de otro modo, Hermosilla no tenía un molino propio ni quería tenerlo tampoco, su ambición era más pequeña y ramplona; el dinero, y por lo mismo más apropiada para los grandes molineros que son los dueños del país.

Por eso la plata que, según dicen, hacían girar esos diferentes molinos era absurda, no solo por su monto  -se habla de una deuda de 22 mil millones-, sino que porque esa deuda, que era su plata, venía dada a través del negocio del factoring, que es un juego de facturas y boletas que funciona casi como una ruleta, desde donde venía plata que guardaban, al parecer, en paraísos fiscales en Estados Unidos, y que la usaban, señalarían los chats, no solo para lujos, que también, sino que fundamentalmente para poner y sacar gente, pagar favores, estudios, análisis y hasta financiar diarios electrónicos que, lo sufrí de parte de ellos en carne propia, no hacían periodismo, sino que inventaban noticias falsas contra sus enemigos. En resumen, para saltarse, como clase, cualquier acuerdo de convivencia.

las élites repiten lo que para ellas es cierto: En Chile las instituciones funcionan. Para la gente de a pie no, porque ellos no tienen abogados de confianza, así que ellos, aunque les cobren durante décadas de más por la luz, por el papel confort, por los pollos, por los remedios o por cualquier cosa en el supermercado, saben que van a tener que pagar no más porque así es la cosa, porque eso es lo normal. ¿Es Chile un país normal?

Cuando las instituciones funcionan empujadas por mocitos de tu familia, que logran que estas operen como si fueran la casa en la playa cuando no están tus papás, claro que hay confianza. Por eso las élites repiten lo que para ellas es cierto: En Chile las instituciones funcionan. Para la gente de a pie no, porque ellos no tienen abogados de confianza, así que ellos, aunque les cobren durante décadas de más por la luz, por el papel confort, por los pollos, por los remedios o por cualquier cosa en el supermercado, saben que van a tener que pagar no más porque así es la cosa, porque eso es lo normal. ¿Es Chile un país normal?