Nada más funesto que convertir la política en un juego del dudo o del póker: cuando cualquier ciudadano no confía en la palabra de los políticos, no sólo la democracia se desvirtúa, sino que también los mal llamados “servidores públicos” actuales se transforman en payasos – se golpean, falsamente, para hacer reír a los niños aún sabiendo que sus armas son de utilería
–. Creo que sería bueno dejarse de payasadas y decir las cosas por su nombre.
El Gobierno de Sebastián Piñera completó su ciclo en escasos dos años superando el sueño de nuestro héroe de la Independencia, Manuel Rodríguez, que planteaba un año de duración para cada mandatario y si superaba este período, él se derrocaría a sí mismo. En el caso del actual Presidente, ya ni siquiera se puede usar el término del “pato cojo”, pues tres de sus ministros están lanzados a la campaña presidencial. Sería mucho más sano reconocer, ante la ciudadanía que Laurence Golborne, Andrés Allamand y Pablo Longueira son candidatos presidenciales más que ministros, la hipocresía de que están preocupados de sus respectivas Carteras es otra real payasada.
En la Concertación el circo es mucho más miserable que el de los Montini o el de Chamorro: todos los integrantes del circo esperan con ansias que venga la protagonista Michelle Bachelet – en la ONU actualmente – a salvarlos de su mediocridad y de los récords de rechazo popular; nunca se han escuchado tantas pifias como en el circo de la Concertación. Los personajes impopulares como Osvaldo Andrade, Camilo Escalona entre otros dueños de la Concertación Cía. Ltda., sueñan que por un acto de magia la trapecista estrella los salve.
Es cierto que el espectáculo de tantos candidatos es impresentable cuando, en tres meses más, hay elecciones municipales, en las cuales debiera resolverse el destino de las comunas del país que, en muchos casos, sus alcaldías ostentan el récord de corrupción – situación que no es nueva en la historia de Chile, pues viene de la Comuna Autónoma de 1891 -. El desafío del Partido Progresista es lograr elegir alcaldes y concejales probos y transparentes.
En la vida política siempre he tratado de estar en la contracorriente: cuando todo el mundo desprecia los partidos políticos colaboré en la fundación de un partido de nuevo tipo, de carácter federalista, democrático y participativo; cuando la mayoría de los candidatos presidenciales usen la payasada de no quiero, ni puedo, ni debo, u otros más francos no nieguen que ambicionan el poder y todos, muy egoístamente miren en menos o ninguneen las elecciones municipales, personalmente, hago todo lo contrario, pues no sólo valoro los cambios en los municipios como un paso fundamental de acercamiento a la ciudadanía, sino también superar el primer eslabón para lograr la añorada meta de poner fin al duopolio y la refundación republicana, con una nueva Constitución que garantice los derechos civiles, instaure un régimen semipresidencial, un sistema electoral proporcional competitivo, métodos de democracia directa – como plebiscito revocatorio – y un país federal.
La Concertación no es la dueña de la oposición. Mientras crean que algunas mafias partidarias pueden conducir a una combinación política, mientras su única lógica sea el reparto de cupos de concejales, alcaldes y, posteriormente, de parlamentarios – tal cual lo hacían cuando detentaban el poder – seguirán siendo rechazados por el por pueblo y, seguro, estarán en las antípodas del nuestra manera de pensar y actuar.
Sería muy útil para Chile que, desde ahora, se sincerara la disputa presidencial, no sólo respecto a los nombres de los candidatos, ni a los métodos por los cuales serán elegidos – sea por dedocracia o por junta de “coroneles ampliados”, como acaba de sostener la UDI, sea por primarias aparentemente competitivas – sino, sobre todo, también dilucidar si se van a mantener las reglas tal cual son, es decir, que todo se mantenga en statu quo, una especie de gatopardo, como ocurrió en la alternancia Bachelet y Piñera, “bonete blanco, blanco bonete”, o atreverse a cambiar las reglas, es decir, que el joven ayude al más viejo, es decir, un sistema previsional solidario y no individualista; que el sano ayude al enfermo, lo significa una salud pública de alta calidad y superior a la privada; el más rico al más pobre, o sea, un sistema tributario en el cual, las cargas fiscales estén justamente repartidas en razón de sus ingresos; que el sabio ayude al ignorante, en un sistema de educación pública igualitario y de calidad.
Este debiera ser el tema de las campañas políticas, sean municipales, parlamentarias o presidenciales. Poco importa el número de candidatos, su biografía o su carisma, pero sí que demuestren capacidad de visualizar un nuevo Chile, que supere la grave crisis de representación, de legitimidad, credibilidad y de gobernabilidad. Para ello no basta con ser buena persona y vacío de ideas políticas, o gozar de una gran aceptación popular, se debe además garantizar no estar acompañado de personas ineptas y rechazadas por la soberanía popular.
Marco Enríquez-Ominami