Que el fallo se conozca en plena campaña presidencial no nos podrá impedir a los candidatos la posibilidad de criticar los errores de nuestra errática política exterior mercantilista y mezquina.
Hay que ser muy reduccionista para entender que el fallo de un tribunal internacional no tenga en cuenta elementos de contexto que juegan tanto o más que los puros argumentos jurídicos. La reunión del Presidente Piñera con los ex Presidentes de la República -anteriormente lo había hecho con los jefes de los partidos políticos- anuncia el temor de la clase política ante aquello que Eduardo Frei Ruiz-Tagle llamó un “fallo salomónico”. La Moneda teme una derrota para Chile en cualquiera de los puntos en disputa.
Si consideramos los elementos de contexto, podemos colegir que el rechazo a Chile, que viene desde la guerra del nitrato, no se ha extinguido a 130 años de su término. Tanto en Lima, como en La Paz, el sentimiento antichileno sigue vivo.
Nuestra política exterior ha colaborado con esta animadversión. La cancillería chilena ha centrado las relaciones diplomáticas con los vecinos en los negocios, cuestión muy propia de una casta de almaceneros. Interesa más el éxito de Falabella o La Polar que las relaciones de amistad entre pueblos y cultura. Peor aún, Chile es percibido por los países de América Latina como una nación agresiva, prepotente y militarista.
La frase “dividir para reinar”, además de vulgar, constituye un error. Chile aplicó esta política desde el Tratado de Ancón -que persiste hasta nuestros días- decidiendo ora a favor de las relaciones con Bolivia, ora con Perú. El contexto histórico del Tratado de 1929 entre dos dictadores, Augusto Leguía, de Perú, y Carlos Ibáñez del Campo, de Chile, está inspirado en la teoría de Leguía de convertir a Bolivia en la Polonia del Cono Sur de América Latina. Es decir, repartírsela entre Perú, Chile y Argentina.
El gobierno boliviano ha reclamado innumerables veces ante organismos multilaterales respecto de la injusticia de su mediterraneidad. Chile siempre ha respondido con el argumento de la intangibilidad del Tratado de Paz y Amistad de 1904, y la bilateralidad de las relaciones. En el siglo XX no faltaron intentos de solucionar este problema: Horacio Walker, canciller durante el gobierno de González Videla, los dictadores Pinochet y Bánzer, y los 13 puntos acordados entre Michelle Bachelet y Evo Morales.
No haber dado respuesta satisfactoria al tema de la mediterraneidad de bolivianos pasará la cuenta si el fallo del Tribunal de La Haya no es del todo favorable a Chile. Bastaría un punto a favor de la demanda del Perú para que, de por sí, ya fuera una derrota.
Por el solo hecho de que el fallo se conozca en plena campaña presidencial, no se podrá impedir que en nombre de la estulticia nacionalista, los candidatos a la presidencia de la República no podamos criticar el rosario de errores de nuestra errática política exterior mercantilista y mezquina, en especial en el caso de Bolivia.
Es más, porque es una campaña presidencial, podremos discutir nuestras visiones y posturas sobre las relaciones vecinales. Chile y Bolivia son países hermanos. Necesitamos reencontrarnos después de 130 años de finalizada la guerra. El camino hasta la normalización de relaciones no será fácil, pero debemos dejar de pensar en Bolivia como un vecino incómodo y aceptar que el destino de nuestros países está ligado para siempre.