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Marco Enríquez-Ominami: Izquierdas en Chile

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En Chile –que es uno de los países más desiguales del mundo- conviven varios tipos de izquierdas y todas ellas están en deuda.

 

Una izquierda es la que pierde ganando. Esa que representó la Concertación y hoy la Nueva Mayoría, y que se esfuerzan por ganar elecciones desde el convencimiento de que las transformaciones sociales son imposibles, e inventa para lograrlo profecías que  autocumplir. Este último intento de Bachelet en el poder ha dejado claro que en Chile ganar el Gobierno no significa ganar el poder.

Otra izquierda es aquella dogmática, que se precia de nunca haber transado ante el llamado de las sirenas. Una izquierda orgullosa que sin embargo tiene un relato para convencer gente que ya está convencida. Han sido fundamentales en la historia política del país. Pero no han logrado masificar ni comunicar el discurso transformador que la sociedad chilena requiere. Esta izquierda no necesita profecías auto cumplidas. Su norte no es el poder, su norte es la paciencia. Paciencia que se vuelve injusticia ante el tamaño de la desigualdad.

Pero el verdadero problema de la izquierda chilena no es ni su desesperanza aprendida, ni su renuncia al poder. Es fundamentalmente no haber construido en todos estos años un relato alternativo al del esfuerzo individual como mecanismo progresivo y eficiente para la ascensión social. Este relato, que no funciona en lo material, sobre todo para este Chile tan desigual, sigue funcionando sin embargo en lo cultural. Para la gente en Chile la ascensión social, salir de la puerta giratoria hacia la pobreza que es la clase media, es un asunto de libros de autoayuda. La gente cree firmemente que está sola. Y en la izquierda no hemos sido capaces de construir la idea de un nosotros.

La deuda de la izquierda chilena ha sido la incapacidad de construir un sentido común de cambio. Común en el sentido de sensatez, pero común también en el sentido de comunidad. Porque es desde la gente común desde donde tenemos que hacer cosas fuera de lo común.

Los intelectuales de izquierda suelen convencerse que en Chile la gente es de izquierda y está molesta. Pues bueno, si es así, la izquierda “inconsciente” del pueblo chileno también es responsable. Han votado una y otra vez por los mismos, esperando que cosas cambien. Nuestros políticos y nuestro sistema no son más que su reflejo.

Y en la izquierda chilena estamos también los progresistas. Que somos también parte del problema. Pero que al menos desde el 2009 estamos tratamos de hacer las cosas de otra manera. De otra manera con respecto a la izquierda reaccionaria. De otra manera respecto a la izquierda fundamentalista y sectaria. Nuestra obsesión es resolver la desigualdad que vive Chile en todos sus niveles. Pero estamos convencidos que para eso hay que ganar elecciones. Queremos jugar en el barro, aunque nos ensuciemos.

La izquierda tiene que devolver la política a la gente. Convencer a la ciudadanía que la política no es eso que sale en la tele, ni lo que algunos editores de los diarios quieren ficcionar –porque en Chile son más bien guionistas que editores– para seguir vendiendo diarios, construyendo u ocultando realidades. La misión de la centro izquierda en Chile no puede ser solamente el análisis de la contingencia.

Los medios convencieron a la gente en general, pero a la izquierda chilena en particular, que la política se divide entre lo transparente y lo corrupto. Como si la economía fuese lo único que explica el porque estamos viviendo juntos. La verdadera corrupción no es si una boleta está bien hecha o no. La verdadera corrupción es que nos gobierna gente por la que nadie ha votado. Que las reformas se cocinan en los livings de los banqueros. Corrupción es que la gente se enriquece en Chile a costa de que la gente viva al límite de la pobreza, evitando de paso, darles siquiera la oportunidad material de organizarse para pelear por sus derechos laborales más básicos. No hay mejor panóptico que vivir con lo justo. Nada más inmovilizador.

La izquierda en Chile vive hoy un riesgo aún mayor, que es el del desencanto. Bachelet llegó al poder representando las expectativas del cambio. Construyó un tremendo apoyo y hasta hace pocos meses, el suyo sería el histórico gobierno que, como titularon los medios internacionales, dejaría atrás el “pasado conservador chileno”. Ante eso, nosotros los progresistas, no abandonaremos las banderas por las que hemos peleado, las banderas de la justicia social, del cambio responsable, de la asamblea Constituyente para un nuevo ciclo político y también económico.