Además de exportar cobre, vinos y mariscos, Chile llegó a vender al mundo una idea de izquierda novedosa: la vía chilena al socialismo. Durante el gobierno del médico Salvador Allende el vecino país intentó darle más poder al proletariado en un marco democrático. Como todos sabemos ese proceso de reformas sociales profundas llegó a su fin con el golpe duro del dictador Augusto Pinochet. Desde entonces, la elite política de la nación trasandina edificó una marca país respetuosa con los intereses del mercado. La constitución pinochetista dejó un guion marcado de políticas de Estado que fueron sumamente respetadas por el sistema bipartidista que se repartió la administración del Ejecutivo por turnos desde entonces.
Más allá de los matices, cuando gobernaba la nueva derecha o la extinta Concertación, ciertos consensos nacionales no se tocaban, como si fuesen las vacas sagradas del país: apertura financiera, sistema educativo arancelado y fuerte criminalización de la protesta social, con la cacería de mapuches en La Patagonia como caso testigo. Recapitulando, ese Chile pacato, que se mostraba al mundo como el tigre asiático sudamericano, comenzó a crujir con las protestas estudiantiles– y muchas otras– del 2011. El tablero electoral suele cristalizar con algo de delay lo que sucede a nivel social. En ese sentido, las inminentes elecciones presidenciales ya tienen un resultado fijo: la administración bipartidista de La Moneda ha llegado a su fin.
Ya no hay dos bloques o alianzas repartiéndose los votos en un soñado fifty fifty. Es cierto que el magnate y ex presidente Sebastián Piñera es favorito en los sondeos pero, a su vez, han emergido varias fuerzas políticas populares que, además de contar con chances de disputar el ballotage de diciembre, seguramente teñirán de rojo, después de muchos años, los pasillos de La Moneda donde entregó su vida el hombre que aseguró que, más pronto que lejos, se abrirán las anchas alamedas al socialismo.
El PRO chileno
Además de exportar cobre, vinos y mariscos, Chile llegó a vender al mundo una idea de izquierda novedosa: la vía chilena al socialismo. Durante el gobierno del médico Salvador Allende el vecino país intentó darle más poder al proletariado en un marco democrático. Como todos sabemos ese proceso de reformas sociales profundas llegó a su fin con el golpe duro del dictador Augusto Pinochet. Desde entonces, la elite política de la nación trasandina edificó una marca país respetuosa con los intereses del mercado. La constitución pinochetista dejó un guion marcado de políticas de Estado que fueron sumamente respetadas por el sistema bipartidista que se repartió la administración del Ejecutivo por turnos desde entonces.
Más allá de los matices, cuando gobernaba la nueva derecha o la extinta Concertación, ciertos consensos nacionales no se tocaban, como si fuesen las vacas sagradas del país: apertura financiera, sistema educativo arancelado y fuerte criminalización de la protesta social, con la cacería de mapuches en La Patagonia como caso testigo. Recapitulando, ese Chile pacato, que se mostraba al mundo como el tigre asiático sudamericano, comenzó a crujir con las protestas estudiantiles– y muchas otras– del 2011. El tablero electoral suele cristalizar con algo de delay lo que sucede a nivel social. En ese sentido, las inminentes elecciones presidenciales ya tienen un resultado fijo: la administración bipartidista de La Moneda ha llegado a su fin.
Ya no hay dos bloques o alianzas repartiéndose los votos en un soñado fifty fifty. Es cierto que el magnate y ex presidente Sebastián Piñera es favorito en los sondeos pero, a su vez, han emergido varias fuerzas políticas populares que, además de contar con chances de disputar el ballotage de diciembre, seguramente teñirán de rojo, después de muchos años, los pasillos de La Moneda donde entregó su vida el hombre que aseguró que, más pronto que lejos, se abrirán las anchas alamedas al socialismo.
El PRO chileno