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“Que pase el siguiente…”

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La crisis de deuda europea ha ido pasando, como un espiral incontenible, de Grecia a Portugal, Portugal e Irlanda y, ahora, Italia, España y Hungría y, más temprano que tarde, Francia. La única salida posible es que Alemania permita que el Banco Europeo emita, en gran cantidad, circulante. Equivocadamente los alemanes, aterrados por el peso de la historia de la inflación, al final de la república de Weimar, no se deciden a dar el paso, lo cual acarreará el término de la “zona Euro” junto con una crisis mundial de proporciones.

 

El dominio absoluto de la trinidad – Fondo Monetario Internacional-Banco Mundial-Alemania – han terminado por banalizar los regímenes parlamentarios y los sistemas políticos que dominaron la política europea en el siglo XX. En Italia y Grecia, la salida ha sido la formación de gobiernos compuestos, en su totalidad, por tecnócratas y refrendados por partidos y parlamentos, que no tienen más salida que suspender toda deliberación.

En el caso español, las elecciones parlamentarias y el cambio de jefe de gobierno ha sido el camino escogido. El triunfo indiscutible del Partido Popular, con 186 diputados, contra 110 del Psoe, configura un panorama de un partido con un poder sin contrapeso – los populares son dueños del Parlamento y, a su vez, de la casi totalidad de las Comunidades Autónomas– una especie de monopartidismo, con una oposición muy débil, con gran dificultadpara hacer contrapeso al partido gobernante – algo similar ocurrió en Chile, en 1964, con la asunción al poder de Eduardo Frei Montalva y sus 80 diputados democratacristianos.
Todo el poder concentrado en el PP puede serle completamente inútil frente a una realidad donde el dominio total de Europa corresponde a Alemania y al FMI.

En este panorama, los regímenes parlamentarios y los sistemas de partidos juegan un papel secundario y subordinado, respecto a las decisiones políticas y económicas fundamentales; en este plano, los gobiernos tendrían funciones de fideicomiso respecto al verdadero poder, hoy detentado por Alemania y, finalmente, por el Banco Central Europeo.

El drama del Psoe nos trae a la memoria, para efectos de historia comparativa, lo que está ocurriendo con el derrumbe de los Partidos por la Concertación por la Democracia, que durante veinte años aplicaron políticas neoliberales, siguiendo la herencia de la dictadura,y que actualmente se demuestran incapaces de recuperar el apoyo ciudadano, con partidos raptados por líderes burocráticos y que sólo piensan en constituir alianzas para repartirse los cupos.

Es cierto que una mayoría electoral no es lo mismo que una mayoría cotidiana, sin embargo, en el caso español, el movimiento social 15-M tuvo poco peso para contrarrestar el poder electoral de la derecha del Partido Popular. La abstención apenas aumentó respecto a las anteriores elecciones, lo cual indica que el peso del abstencionismo, el voto nulo y el voto en blanco no logra ser una expresión potente de rechazo al sistema político.

No podemos negar el 15-M tuvo alguna influencia en el avance de la Izquierda Unida, que obtuvo 11 diputados y logró quitarle votos al socialismo y, a su vez, lo que es más importante, la ruptura del bipartidismo con el triunfo de una serie de partidos – unos de ellos nacionalistas y otros de izquierda – que dan cuenta de unas cortes mucho más plurales que las anteriores.

¿Qué nos enseñan las elecciones españolas del 20 de noviembre?

  • Que la disonancia entre mayoría real y electoral sólo puede resolverse cuando el movimiento social sea capaz de lograr un tipo de expresión política que influya en el parlamento, de lo contrario, se produce la paradoja del triunfo de la derecha.
  • La Socialdemocracia y la Democracia Cristiana están caducas en Europa y se demuestran incapaces de llevar a cabo políticas de protección social como respuesta a la crisis.
  • La supeditación del sistema parlamentario a poderes bancarios representan un verdadero peligro para la pervivencia de la democracia.
  • A los regímenes políticos y sistemas de partidos, propios del siglo XX, tendrían que ser reemplazados por un tipo de organización mucho más democrática, así como incluir métodos propios de la democracia directa.