Daniel Flores
Que no se mal entienda. Siempre he estado a favor del fortalecimiento de la transparencia. Mis proyectos de Ley como diputado y mi programa de Gobierno son mis mejores argumentos. Pero estoy en contra de transformar la transparencia en un falsa ideología conservadora. En una ficción para los que quieren anclar nuevamente al país en la desigualdad económica, en la injusticia de las oportunidades y en la frustración de las promesas incumplidas. Chile cambió y tenemos que empujar el cambio, no bajar las velas.
Porque es injusto, que duda cabe, que un Banco le preste 2500millones a uno y no 10millones a otro. Pero lo realmente injusto es que unos pidan esa plata para hacerse ricos sin trabajar, en una “pasada”, y los otros para pagar la carrera de pedagogía de su hijo. Porque en Chile es justo enriquecerse sin trabajar, y es también justo ser pobre trabajando 500 horas semanales como profe.
En la transparencia como ideología conservadora, es más importante que la factura de la termoeléctrica esté bien hecha, y no que esa empresa haya secado los pozos de Olmué, que esté contaminando el aire del 70% de Talca, que pague al Estado impuestos que son un chiste, o que se haya logrado saltar legalmente los trámites ambientales.
El riesgo de esto es que los futuros populismos en Chile se harán en nombre de la Ideología de la transparencia. Y no faltarán los partidos políticos que surjan declarando la necesidad de terminar con las izquierdas y derechas en nombre de esa transparencia. Si seguimos por este camino, vamos derecho a legitimar como única condición de nuestro “vivir juntos” al capital. “¿Pagó su impuesto específico miserable?. ¡oh! Es una empresa modelo”. Me indigna ver como se ha profanado la transparencia y se ha convertido en un velo perverso que oculta las verdaderas razones de la actual crisis política en Chile: la injusticia económica que nos tiene como el país más desigual del planeta.
Es sintomático que el segundo Gobierno de Bachelet, el reformista, haya sido convertido, en nombre de la transparencia, en el segundo Gobierno de Aylwin. Que sus reformas floten en el mar del olvido. Que sus principales ministros reformistas, los que lograron que la BBC titulara en febrero de este año: “Las 5 reformas que sacuden el pasado conservador de Chile”, hoy vivan en el purgatorio de la política. Y que a los que estamos a favor de retomar las banderas reformistas por el bienestar de todos los chilenos, por estatizar el litio, por transformar el falso royalty de la minería en impuestos reales, en hacer de la educación, la salud, y de nuestras pensiones una misión de solidaridad y compromiso país, vivamos permanentemente bajo la música de ataques orquestados, por medios dominados por los mismos de siempre. La ideología de la transparencia como discurso conservador vive precisamente de transformar la virtud de la transparencia en placer de espectadores. En un circo romano de periodistas inquisidores y de dueños de medios que disfrutan del show y de las ganancias de sus auspicios desde el palco de honor.
Es como el traje del rey desnudo. La transparencia de las telas es finalmente la falsa ilusión. Lo real son las carnes laxas del gordo emperador. Chile es un país rico. Lleva más de 50 años en un ciclo exitoso de exportación minera. El que tengamos que pagar tanto por una salud digna, por una educación de calidad, y que nuestro sistema de pensiones sea de tristeza más que de jubilo, no tiene que ver con boletas truchas. Esa es la ideología de la transparencia. Lo real tras la transparencia, es que como país no hemos crecido, sólo hemos engordado. Nuestras carnes están sueltas y mal repartidas y tenemos que poner al país en forma. ¡Viva la transparencia!… Pero la que ilumina las oscuridades del sistema.