Después de dos semanas de encuentros, seminarios y reuniones con autoridades, intelectuales, sindicalistas y líderes innovadores de Latinoamérica y Europa, vuelvo a Chile confiado en que podemos transformar este momento difícil en una oportunidad para ser un mejor país, con más justicia social y con un desarrollo armonioso que nos permita estar orgullosos de lo que hemos logrado juntos.
Hoy, la clase política tradicional aparece más preocupada de los escándalos de corrupción que de los problemas cotidianos de los chilenos. El gobierno, con buenas intenciones, se muestra paralizado y la Presidenta se ve complicada en completar su equipo para retomar las reformas que necesita el país. A su vez, el apresuramiento legislativo y la estrategia de bloqueo han entrampado algunas reformas, y han descarrilado o desnaturalizado otras que son también necesarias.
Esta crisis de liderazgo es el preocupante corolario de la serie de escándalos y revelaciones de los últimos meses. En estos se han mezclado actos ilegales con cuestiones reñidas con la ética que, a estas alturas de nuestro desarrollo democrático, ya nadie puede seguir tolerando. Este desarrollo exige que también actualicemos la forma en que hemos financiado la política. Yo asumo mi responsabilidad de haber usado las reglas del juego vigentes. Nunca nos gustaron estas reglas, y es público que hemos luchado por cambiarlas, incluso enviando proyectos de ley desde que fui diputado. Pero no vamos a restarnos de entrar a la cancha a competir porque no nos gustan las reglas. Nuestra candidatura nació precisamente porque buscamos mover los límites y cambiar las reglas injustas. Hoy estos cambios ya no pueden esperar más. Con todo, puedo mirar de frente y con tranquilidad. Nunca he comprometido mis principios y no tengo nada que esconder. Nunca le he temido al debate y menos a éste, el del dinero en la política. Siempre he combatido el rol excesivo y abusivo del dinero en la educación, la salud y la vejez. Pero no nos mintamos unos a otros sobre esto.
El dinero también juega un rol impropio en la política. Cambiar esa lógica requiere no solo de verdad y justicia, sino de un nuevo ciclo político, de un nuevo lenguaje y de un nuevo coraje para buscar soluciones responsables y viables al necesario financiamiento a la democracia. A mi juicio los presidentes, ex presidentes y los aspirantes también deben mostrar liderazgo y hablar cuando todos aconsejan el silencio. Callar, bailar zumba o permanecer inmovilizado no ayuda a construir un camino.
Esta discusión es urgente, porque el país necesita poder confiar en sus líderes, y porque los desafíos que Chile debe afrontar son múltiples. Muchos de estos desafíos son nuevos para nosotros, y podemos aprender de otros países que ya los enfrentaron. Otros son nuevos para todo el mundo. Y ahí tenemos que experimentar con ideas nuevas y propias. El cambio climático, las nuevas tecnologías, la globalización en sus distintas facetas y la crisis de los sistemas democráticos representativos son problemas que enfrentan muchos otros países.
Las condiciones externas son desfavorables. La economía chilena está frenada. Esto se debe a circunstancias externas, pero también a nuestra propia incapacidad para avanzar. El Estado debe modernizarse y fortalecerse. La reforma tributaria quedó corta, pero también quedó mal hecha. Aunque entrar a picar genera incertidumbre, es mejor corregir los errores ahora y no esperar a que empiece el temporal y que la casa se llueva. Hagámoslo ya.
Nunca vamos a ser una nación desarrollada sin un sistema público que provea servicios de calidad. No sacamos nada con intentar ser una sociedad de derechos garantizados si la provisión de esos derechos es deficiente y si el debate sobre los derechos es objeto de un chantaje, de amenazas y de una visión miope de los que se han beneficiado de la estructura de desigualdad que ha existido en Chile. No habrá crecimiento con trabajadores mal pagados, descontentos, sin capacidad de aprender y abatidos por sus condiciones de vida. Ni tendrá sentido crecer si no somos capaces de anticipar las emergencias ambientales con un transporte público potente y respuestas contundentes ante el cambio climático.
Pero necesitamos del impulso privado también. No sacamos nada con hacer crecer al Estado si el resto de la sociedad no se desarrolla. Debemos generar oportunidades para que ese sector sea un gran motor del desarrollo nacional. Para eso, entre otras cosas, debemos invertir en infraestructura. Al aumentar la inversión pública en infraestructura de 2,0% a 3,5% del PIB, avanzaremos en equidad y en calidad de vida con hospitales y transporte de calidad, carreteras, puertos y aeropuertos modernos que nos permitan dar un gran salto en competitividad.
Debemos también invertir en educación, salud y el cuidado de nuestros adultos mayores. No podemos depender exclusivamente del cobre para alcanzar el desarrollo como se ha dicho desde hace tanto tiempo. Debemos invertir ahora, en serio, en capital humano. Tenemos diferencias sobre cómo hacerlo, pero también acuerdos. La primera prioridad debe ser mejorar la calidad de nuestra educación pública. Cuando mejore la educación pública, el estándar subirá inmediatamente para la educación privada.
El gasto público, los incentivos fiscales y la inversión privada deben ser una trilogía permanente en nuestro esfuerzo por transformar problemas en oportunidades para el desarrollo y la inclusión.
Estoy convencido de la necesidad de las reformas pero también que el cambio que Chile necesita se debe hacer construyendo y no destruyendo. Chile ha avanzado mucho desde el retorno de la democracia. Pero precisamente porque hemos avanzado, necesitamos ahora concretar mucho más. Hay demasiados chilenos que no acceden a los beneficios del desarrollo. Yo no aspiro a quitarle a unos para darle a otros. Sí quiero que los que más tienen contribuyan con más. Las nuevas generaciones de chilenos—y de jóvenes en el resto del mundo— entienden mucho mejor que no se trata solo de crear sociedades que promuevan la competencia. También debemos promover la cooperación. En algunos ámbitos funciona bien la competencia, en otros, la cooperación. Debemos ser capaces de entender dónde debemos promover uno y otro.
Después de semanas de mirar el país desde lejos vuelvo con la convicción que estamos ante un momento clave en nuestra historia. Aún no nos parecemos al país que queremos ser, pero tenemos todo para dar el salto y ser un país mucho mejor para todos. Podemos avanzar en desarrollo, inclusión y oportunidades. No será fácil. Pero el esfuerzo vale la pena. Nos lo debemos y se lo debemos a las generaciones que vinieron antes de nosotros y estaban motivadas por el mismo sueño. Se lo debemos también a nuestros hijos. Esta es la oportunidad para avanzar. Hagámoslo juntos. No se trata de vivir mejor, sino de vivir mejor juntos.»