Marco Enríquez-Ominami y Daniel Flores Cáceres
Al menos cuatro elementos sacuden al mundo: una crisis medioambiental provocada por el progreso, la cual implica para Latinoamérica mucho más que los efectos del ampliamente difundido calentamiento global; un nuevo orden multipolar, con China e India disputando la hegemonía a los Estados Unidos, y el consiguiente reordenamiento de las subordinaciones y oportunidades para recobrar soberanía; la inteligencia artificial, que está acelerando vertiginosamente el ritmo de la productividad y automatizando un gran porcentaje del trabajo que anteriormente realizaban los humanos; y el aumento de la expectativa de vida que, junto con el envejecimiento, está brindando, especialmente a las nuevas generaciones, la oportunidad de experimentar pequeñas inmortalidades.
Y junto a estos nuevos asuntos, Latinoamérica sigue enfrentando su contexto histórico y político de siempre: una desigualdad cruel; un mercado desregulado que ha normalizado la ideología del hombre arrojado a su suerte; y un Estado jibarizado el cual, en su debilidad, al menos en Chile, ha quedado transformado por sus gobernantes ora en trinchera ora en pulperías.
En este mundo convulso, la política debe funcionar como un puente entre una visión crítica del pasado, que logre generar cambios en nuestras decisiones y comportamientos del presente, para que podamos de ese modo convocar a nuestras sociedades a una vivencia alternativa del porvenir: un mundo mejor. Este documento tiene ese objetivo.
Sobre el abismo de la Inteligencia Artificial (IA)
El trabajo se ha venido devaluando y desacoplando del capital históricamente, debido a una multitud de factores, como los avances tecnológicos, la globalización, la deslocalización, los cambios en la demanda de habilidades y la precarización de las relaciones laborales, entre otros. Sin embargo, está devaluación y desacoplamiento se está agudizando por causa de los efectos de la inteligencia artificial, que es una tecnología que ha desarrollado sistemas y máquinas capaces de realizar tareas que normalmente requerían de la inteligencia humana. El futuro, de nosotros dependerá si utópico o distópico, está aquí. La IA simula los procesos cognitivos y la toma de decisiones de manera similar a los seres humanos, razonando, aprendiendo, percibiendo, procesando y respondiendo en lenguaje natural.
Esta nueva tecnología, más allá de sus versiones beta, de sus limitaciones y errores, está implicando, al mismo tiempo que un nuevo disparo en el valor de las empresas tecnológicas, un aumento de la productividad del trabajo, y una drástica disminución de los puestos laborales que están siendo reemplazados por la automatización. Reemplazo que no se limitará esta vez, solamente, a los cortadores de tela o las costureras, como ocurrió con la introducción de la máquina de hilar en los tiempos de la revolución industrial, sino que, sobre todo, a contadores, abogados y programadores. En su versión distópica, la automatización alcanzará incluso, esta vez, a los white collar. A los trabajadores de cuello blanco.
Los efectos de la IA serán disímiles. En los países latinoamericanos y del caribe, con estados débiles y cooptados, con alta informalidad laboral y con una gran desigualdad socioeconómica, si no hacemos algo a tiempo, provocará una mayor desigualdad y pobreza, una mayor precariedad laboral, y la exclusión definitiva del mercado laboral de grandes masas de personas, que no podrán adaptarse al nuevo contexto.
En Europa, donde ya enfrentaron durante el siglo XX el fenómeno de la desvalorización y mercantilización del valor del trabajo mediante la creación de los Estados de Bienestar y el fortaleciendo los sindicatos, los efectos serán distintos, siempre y cuando la derecha no los desmantele antes. En Europa, los Estados de Bienestar y los sindicatos enfrentarán este nuevo proceso, creemos, de la siguiente manera:
- Actualizando sus políticas laborales y sociales y construyendo nuevas formas de seguridad social para facilitar una transición justa hacia el nuevo contexto laboral que generará la IA. Estas políticas de protección garantizarán que el aumento de productividad se traduzca en protección y bienestar.
- Fomentando la educación y la formación continua, permitiendo que los trabajadores adquieran nuevas habilidades y se adapten a las demandas cambiantes del mercado laboral.
- Apoyando la creación de empleo y el emprendimiento, apostando por sectores emergentes con programas de financiamiento, asesoramiento empresarial y reducción de barreras burocráticas.
- Implementando una renta básica universal para abordar directamente la pérdida de puestos laborales, garantizando un ingreso mínimo a todos los ciudadanos y una red de seguridad y dignidad.
Los Estados de bienestar pueden proyectar una utopía tecnológica que nosotros aún no, porque nosotros todavía estamos anclados en el momento previo a ese en el que los europeos construyeron sus Estados de Bienestar. Nosotros todavía estamos con las personas y los trabajadores, formales e informales, enfrentando de a uno, solos, a una economía de mercado desregulada y sin restricciones, que ha llevado a nuestras sociedades a un desacoplamiento entre la economía y la gente, lo que se ha traducido en el mejor de los casos en explotación, y en el peor, en exclusión. Debemos desanclar la historia y construir Estados que protejan y den servicios a sus sociedades
SomOS ricos
No, no es un delirio. Sí somos ricos los latinoamericanos. Como continente, en comparación con Europa, por ejemplo, tenemos de todo: litio y cobre, para empezar en Chile, pero también, como región: petróleo, gas, tierras raras, granos, agua, carne, frutas, vinos; biodiversidad. Sin embargo, la expansión desregulada del mercado que hemos señalado, ha hecho que veamos como un hecho natural que los habitantes de países ricos, como los nuestros, vivan en condiciones laborales precarias, recibiendo bajos salarios, y sin protección social.
Somos ricos pero esa riqueza no está en nuestras manos y los escasos impuestos que las sociedades han logrado cobrar a quienes explotan estas riquezas, a la industrialización o a la construcción de algún tipo coherente de desarrollo o Estado de Bienestar. No somos una sociedad, somos el cazador o la presa. Esa es la ideología. El único modelo consistente en Latinoamérica y el caribe ha sido el del mercado desregulado, exportador y rentista, que nos prometió lograr de esa manera, hace ya siglos, un desarrollo ante el que es impotente. “Pero estamos mejor”, dicen desde el conformismo incrementalista las élites. Eso no es cierto y aunque lo fuera, con ser menos pobres no basta. No hace sentido que seamos, al mismo tiempo que campeones vendiendo litio y cobre, campeones, también, en desigualdad. Algo no estamos haciendo bien.
Única solución: Estado protector (porque con “políticas” no alcanza)
Los gobiernos de izquierda en Chile han tratado de apuntalar este fenómeno, el de la precarización y el desacople de la economía y de la sociedad, y el de la desregulación de la economía, con políticas públicas. Pero con eso no alcanza. No ha alcanzado históricamente y sabemos que no alcanzará en el futuro. La hoja de ruta política que proponemos debe forzarnos a construir una respuesta política y social contundente, que nos permita asegurar la estabilidad y la cohesión social.
sto, que debió haber pasado hace décadas, ahora es impostergable por el nivel y profundidad de los cambios de productividad, de automatización y de concentración del capital que se avecinan. ¿Construir qué? Un modelo de desarrollo moral, por tanto político, sostenido en un Estado protector, que promueva el diálogo social y la participación de los actores relevantes (sindicatos, empresas y sociedad civil), en la formulación de políticas y decisiones relacionadas con la desigualdad, la automatización, el empleo y la sostenibilidad.
Los saltos tecnológicos, que duraban primero millares de años (la revolución del paleolítico), y luego milenios (la revolución agrícola), comenzaron a durar luego siglos (revolución industrial), y ahora siquiera lustros, sino que meses (Revolución Tecnológica). El teléfono, el auto, el avión, la computación, la inteligencia artificial… la aceleración de lo nuevo es tan vertiginosa que ya siquiera sorprende. En un mundo así, sobregirado de revoluciones, las crisis serán permanentes y por tanto debemos encontrar mecanismos que entreguen soluciones también permanentes a esas crisis. El único mecanismo que puede hacer esto a nivel social es el Estado. Pero no ese Estado.
¿Cuál Estado?
Las instituciones estatales y supranacionales, han sido conquistadas por elites burocráticas. Esto ha provocado que las decisiones que nos afectan en el día a día, sean tomadas por personas que, aunque hayan cumplido con todos los requisitos formales de la democracia, no lo son, por que en ellas los ciudadanos no encuentran ni su voluntad ni su reflejo.
Actualmente, desmontar los límites de lo posible y tratar de llevar a Chile hacia la equidad y la justicia, o a Latinoamérica y el Caribe a su integración, parecen cosas de populistas delirantes, porque las instituciones capturadas se han encargado, a través de sus voceros y centros de pensamiento, de construir una caricatura de cualquier propuesta que busque hacer de este un mundo inapelablemente mejor. Dividiéndolo entre “lo posible y lo utópico”, “lo posible y lo populista” y entre “lo posible y los que se dejan atrapar por el llamado de las sirenas”. Ante eso “posible/único”, debemos revelarnos.
La libertad de elección en el mercado está determinada por quién tiene más y quién tiene menos. El que tiene más decide más y es más libre y el que menos, menos. Eso estaría bien y sería justo si esto dependiera solamente del esfuerzo y del mérito. Pero Latinoamérica y el Caribe, y especialmente Chile, desde el comienzo de su historia moderna ha sido desigual y ha heredado esa desigualdad, y, por tanto, también la libertad de participar en el mercado ha sido repartida entre sus habitantes de manera desigual.
Según el último informe del Instituto Económico de la Desigualdad, en Chile, el 50% de las ganancias se lo lleva el 1%, mientras que el 50% de la población tiene en cambio riqueza neta negativa. Eso significa que los chilenos no son libres en el mercado, si no que son esclavos de sus deudas. Esa fue, sin ir más lejos, la razón del estallido chileno de 2019. Lo que está en crisis, por tanto, es lo económico que siempre es político.
Entonces ¿qué Estado? uno que convoque a los empresarios, pero también a la sociedad civil y a los sindicatos. Uno en el que la lógica inicial no sea el capitalismo, sino que el valor de lo humano. Un Estado que promueva servicios, que regule al mercado, y que permita a la sociedad civil construir su bienestar.
La fiebre del oro blanco y del Hidrógeno Verde: una fiebre en colores
La crisis global por los efectos del calentamiento global, ha decantado en la transición energética, como aquella misión que el mundo debe emprender para conquistar un mundo verde y sustentable. Sin embargo, la crisis medioambiental en el sur global supera con creces al mero calentamiento global, porque en nuestros países siempre hay una historia de dolor y una tragedia histórica y ecológica anterior.
En nuestros países, la destrucción del medioambiente, las muertes y la crisis del bienestar provocadas por las industrias contaminantes lleva siglos, y sus efectos se han acumulado de manera local antes que global. Solo en el norte de Chile se cuentan de a cientos los muertos y malformados por los efectos de la contaminación por los residuos irresponsablemente tratados por empresas nacionales y extranjeras.
Sin embargo, Chile está empeñado, solamente, en dimensión global del problema, entendiendo al calentamiento y la transición energética, como una mera oportunidad de negocio, y no como una crisis medioambiental. Las autoridades lo han recalcado insistentemente: tenemos que acelerar los permisos de explotación del litio para las empresas privadas porque tenemos que “aprovechar el boom del litio” y el “boom del hidrógeno verde”. Vivimos gobernados por autoridades embebidos en una fiebre del oro blanco, y la estrategia nacional del litio que presentó el gobierno es la mejor prueba de esta celeridad ciega.
Chile es un lugar especialmente frágil. La sequía hace estragos y cuando llueve, ya no quedan, como antaño, las cumbres de los andes colmadas de nieve. Las guerras del futuro serán por el agua, se ha dicho eso tantas veces para expresar la crisis hídrica que acarrearán las alteraciones climáticas del calentamiento, y, sin embargo, Chile ha decidido acelerar dos negocios en los que es directamente el agua lo que se explota. El lito, que se saca desde el agua del desierto, y el Hidrógeno Verde, que lo que hace es convertir el agua en combustible.
Quienes gobiernan están actuando más como los ansiosos proveedores de la misión ecológica europea, que necesitan urgentemente el litio y el hidrógeno para sus propias metas, sobre todo luego de la crisis energética que les generó la guerra en Ucrania, que como los gobernantes de un país cuya sociedad vive en un permanente estrés hídrico. La fiebre del litio y del hidrógeno ha hecho olvidar a quienes toman las decisiones, el riesgo que implica, para todos, no solo para las comunidades aledañas a la explotación, el destinar el agua del desierto y de zonas que llevan décadas en sequía y luchando contra la desertificación, como un recurso a explotar.
La crisis hídrica en Montevideo, que se quedó sin agua potable durante semanas la última temporada, podría convertirse en un trágico anuncio. En Santiago, Valparaíso, La Serena, Coquimbo, Antofagasta y Copiapó, la escasez de precipitaciones, la disminución de los caudales de los ríos y la sobreexplotación de acuíferos subterráneos, ha llevado a una disminución de los niveles de agua en los embalses que abastecen a la ciudad y, como resultado, las autoridades han tenido que implementar medidas de racionamiento y restricciones en el suministro de agua potable. Se han establecido horarios y zonas de distribución para garantizar un uso más eficiente del agua. Además, se han promovido campañas de concientización para fomentar el ahorro y el uso responsable del recurso (Neme, 2022). Sin embargo, solo en el centro de Chile se proyecta la instalación de 8 centros de producción de Hidrógeno Verde, para convertir, repetimos, “el agua en combustible”, en una alquimia que, además, necesita de energía todavía no calculada para la electrólisis, que es la separación entre el hidrógeno y el oxígeno.
Lo que queda claro es que no solo la transición ecológica europea requiere energía. Sino que también requieren energía las obras e inversiones que necesitaremos hacer como país para paliar los efectos negativos del calentamiento y de la destrucción local provocada por el desarrollo y el extractivismo. No solamente necesitamos energía para exportarla y hacer con eso un buen negocio. Sino que la necesitamos para contener las olas de calor, las inundaciones, y para transformar nuestras ciudades ante estos cambios que ponen en peligro nuestra existencia. ¿Estamos pensando el negocio también en estas claves? ¿Es este el Estado que es capaz de cobrar y colocar en el centro del negocio y como misión, no a Europa, sino que el al bienestar social y ecológico de los chilenos y chilenas?
¿Envejecimiento? No, nueva juventud
En 1889, el canciller alemán Otto von Bismarck introdujo el sistema de seguridad social en Alemania, incluyendo en él una idea revolucionaria: la jubilación. El canciller era un hombre conservador y autoritario, pero también era muy pragmático, entonces, presionado por los movimientos obreros y sus demandas sociales, decidió implementar, entre otras reformas, un sistema de jubilación para personas mayores de 70, claro qué, en 1889, cuando implementó esta medida, la esperanza de vida de los alemanes llegaba hasta los 45 y 50 años, y las personas entraban al mercado laboral entre los 12 y los 13.
Hoy en Alemania la esperanza de vida alcanza los 85 para mujeres y 81 para los hombres, y entran al mercado laboral a partir de los 16 o 17. En Chile, según el INE, las personas entran al mercado laboral a los 24 y su esperanza de vida está en los 84 para las mujeres y 80 para los hombres. Además, los avances médicos y en bienestar nos permiten augurar que las nuevas generaciones alcanzarán promedios de edad cada vez más cercanos a los cien años; una pequeña inmortalidad.
Esto implicará para las sociedades y sus economías, ser capaces de soportar a personas que se pasen fuera de lo productivo más de la mitad de su vida. Sinceremos las cosas. Esto ya ocurre y el sistema de pensiones en Chile, que no funciona, solo ha logrado otorgar a un porcentaje mínimo una jubilación digna antes de los setenta. La jubilación ha funcionado casi exclusivamente en los países con Estados de Bienestar fuerte, es cierto. Aunque esos sistemas están, hoy por hoy, haciendo aguas por todas partes porque el envejecimiento, enfocado como una etapa de inactividad de 30 años, se ha vuelto insostenible.
¿Qué hacer?
Tomar el toro por las astas y construir una nueva juventud. La jubilación se parece, de cierto modo a la juventud. Una etapa improductiva, con menos responsabilidades familiares y laborales, con la diferencia que, durante la juventud, las personas están adquiriendo, a cargo de la sociedad, habilidades para desarrollarse en la vida. Proponemos entonces una segunda juventud, pero comenzando el segundo tiempo de la vida y a cargo del Estado, para que las personas puedan extender su vida productiva, adquiriendo nuevas habilidades para vivir, productivamente, el resto de su vida, si así lo desean. Rejuvenecer.
La realización es primordial para sobrellevar una vida extensa como la actual. Para muchos eso es la felicidad. Es fundamental, por tanto, que las personas tengan el derecho a reinventarse, a empezar de nuevo o a perfeccionarse, luego de un par de décadas. De otro modo, los sueños de realización que tenían las personas a los 14, cuando decidieron estudiar una cosa y no otra, o cuando no pudieron hacerlo, 40 años después, podría haberse convertido, para ellos, en una condena.
Los estados deben enfrentar coordinadamente, junto al reacomodo laboral a que nos obligará la IA, la reconstrucción de los sueños de realización de las personas, extendiendo junto a ello sus años de productividad. ¿Cómo? Permitiendo que las generaciones que alcancen la mitad de su vida laboral, puedan actualizar o cambiar sus conocimientos y habilidades, pero no de noche o después de la oficina y como un sacrificio, sino que como si fueran jóvenes, a cargo, un par de años, del resto de las generaciones. A través del Estado.
En Chile la actual coalición gobernante es un buen ejemplo, porque se suponía que, porque eran jóvenes eran buenos, pero resultó que lo que demostraron es que la juventud no tiene nada que ver con la edad. Ese es el enfoque, desmontar la edad de la idea de juventud.
¿Cómo se hace eso? con más Estado. ¿Con más de éste Estado? No. Con más de otro.
Uno que proteja y que convoque a la sociedad civil, a los trabajadores y a los empresarios, a debatir sobre los grandes problemas para construir un consenso y soluciones. Un Estado que sirva, un Mercado que rentabilice y una sociedad civil que diseñe, demande y trabaje su propio bienestar.