Proclamamos cambios, no revoluciones. Porque las metas de nuestra izquierda son la norma en los países más desarrollados y en las sociedades más felices.
por Marco Enríquez-Ominami – Columna de Opinión La Tercera 27/07/2013
CHILE vive hoy una oportunidad política inédita: la de hacer los cambios al sistema socioeconómico que lleven a nuestro país hasta el desarrollo y felicidad de su población. Una oportunidad que radica en dos factores coincidentes. Por un lado, en una derecha conservadora debilitada y jibarizada, y por otro, en una izquierda rica, diversa y rampante.
Mientras la derecha ha cambiado tres veces a su candidato en los últimos dos meses, los candidatos de la izquierda y centroizquierda ya consolidados llegan fácilmente, entre todos, al 60% o 70% de respaldo en la ciudadanía. Sin embargo, esa misma riqueza y diversidad de la izquierda puede convertirse también en su fracaso.
Porque en Chile conviven tres tipos de izquierdas. La primera es la izquierda revolucionaria, una izquierda que promueve cambios radicales para el país y que asume como única posibilidad de cambio un modelo único, ideologizado y revolucionario de sociedad.
La segunda es su antagonista, la izquierda conservadora y representada por los partidos y líderes de la Concertación. Esa izquierda tuvo una razón de ser fundamental: la transición a la democracia. Fue exitosa en ese logro, pero en ese mismo esfuerzo la izquierda conservadora de la Concertación perdió algo fundamental: el sueño de una sociedad mejor.
La Concertación dejó atrás, con grandes acuerdos y sin violencia, una dictadura salvaje, pero heredó, administró y se ancló a un modelo de sociedad que no ha querido ni sabe transformar. El proyecto por “cambiar sin cambiar” el sistema binominal es otro ejemplo más de la pasión por el statu quo que embriaga a sus líderes. Hemos heredado entonces -lo dicen los estudios- el país más desigual, injusto e individualista del planeta.
Conozco estas izquierdas, conozco sus historias. Mi primer padre murió por la primera; mi segundo padre perteneció a la segunda, y estoy orgulloso de ambos tanto como hijo y como chileno heredero de esas convicciones. Por eso, creo que es el tiempo y la oportunidad de conformar un núcleo libertario y progresista, que asuma como meta la humanización de esta sociedad salvaje que es Chile hoy.
Una tercera izquierda, sustentable y preocupada por la promoción de la solidaridad, de la decencia, de la preocupación por nuestros enfermos, por nuestra tercera edad, y por el riesgo que asumen a diario nuestros pequeños y medianos empresarios y emprendedores. Una izquierda preocupada más por el crecimiento, la distribución, la participación, la creatividad y la belleza.
Proclamamos cambios, no revoluciones. Porque las metas de nuestra izquierda son la norma en los países más desarrollados y en las sociedades más felices del globo. La normalidad que significa que los enfermos se sanen y no se vuelvan más pobres, que los jóvenes estudien sin endeudarse, que los pobres dejen de serlo, que los pequeños y medianos emprendedores tengan el apoyo del Estado, que todos los trabajadores tengan una pensión digna y decente cuando se jubilen, que la Constitución de la República nos represente a todos y todas, y donde la educación sea liderada por profesores y no por ingenieros. Cambios, no revoluciones, pero tampoco statu quo. Una izquierda reparadora que lleve a Chile a un estado de decencia y normalidad. Esa es la izquierda sustentable que proponemos.