Camilo Escalona es, hoy por hoy, el personaje más odiado de Chile: basta mencionar su nombre para que surjan las peores diatribas e insultos en su contra. Este personaje político logra representar la esencia del rechazo ciudadano a una casta, que quiere conservar el poder sin consideraciones éticas y sin ningún respeto por las personas y, mucho menos, por el poder soberano del pueblo.
Por Rafael Gumucio
La élite política, aunque capta el rechazo popular, no puede hacer otra cosa que intentar mantenerse en el poder, creyendo que sus cargos son eternos y, más aún, de derecho divino. No se conoce en la historia universal ningún caso en que los poderosos, aun sabiendo que van a ser expulsados a patadas, tengan el coraje el coraje de dar un paso al lado. La decisión de la comisión política del Partido Socialista no es más que una verificación que prueba esta ley histórica – como en las tragedias griegas -, Osvaldo Andrade y sus compañeros de la comisión política tenían que seguir su ineludible destino, nombrando a dedo al odiado Escalona por las Región de Los Lagos y a Urresti, por la de Los Ríos, y ofreciendo el premio de consuelo para Quinteros y Valdés.
Suponer que la los dirigentes, que han convertido el PS en una mafia, podrían haber decidido otro camino, es de una ingenuidad llevada al extremo. Camilo Escalona, desde hace muchos años y ayudado por la fracción Nueva Izquierda, se convirtió en el dueño absoluto del otrora partido de izquierda, hoy al servicio del neoliberalismo. Primero, conspiró para expulsar de la dirección al ex mirista Gonzalo Martner, instalándose en el poder con sus epígonos de la Nueva Izquierda y, desde esta posición, cedió una enorme cantidad de cupos a los demás partidos de la Concertación sólo para ser candidato a senador, y así y todo, perdió las elecciones. Posteriormente, quiso ser diputado por uno de los distritos más pobres de la VIII Región, sin ningún respeto por los militantes de ese distrito. Finalmente, se le despertó el apetito de ser senador, cupo que consiguió en la Región de Los Lagos.
La biografía de Escalona es bastante conocida: su actuar político no es diferente al de Stalin, sólo que este personaje no estudió en el seminario. Aprendió durante su exilio, en la RDA, junto a su amiga Michelle Bachelet, los mejores métodos de STASI de cómo eliminar a los enemigos políticos o, simplemente, a quienes discrepan de sus posiciones: su récord es digno de encomio pues, por ejemplo, cuando fue secretario general del PS renunciaron al Partido líderes como Jorge Arrate, Alejandro Navarro, Carlos Ominami, Marco Enríquez-Ominami y los socialistas allendistas y una serie de valiosos y comprometidos militantes.
Como buen autócrata, desprecia a los militantes en los distritos en los cuales se ha impuesto como diputado o senador, pero le importan un comino las regiones, pues solamente las visita para la elección, dejando abandonados a sus representados durante el período en que les prometió hacerse cargo. Es tan centralista y tiránico como Diego Portales y posee la misma vulgaridad de este personaje histórico. En la primarias truchas de 2009 “logró que se incluyera una serie de garabatos en el diccionario de chilenismos”, expresados en contra de José Antonio Gómez, candidato a la presidencia junto con Eduardo Frei. Nadie se atreve a acercarse a Escalona, pues arriesga recibir toneladas de improperios.
Las características de todo autócrata consisten en manipular a quienes le son serviles y, a su vez, despreciar a quienes tienen la mala suerte de compartir su vida política. Tiene pocos amigos y sospecha de todos. Camilo Escalona, en su omnipotencia, creyó que nadie le iba a disputar el cupo para la reelección como senador, pero cuando Quinteros anunció su candidatura sus cachorros y, desesperado, protagonizó una trágico-cómica pataleta victimizándose y, en una carta dirigida a la Comisión Política, sostenía que había sido vilipendiado y, poco, menos, que lacerado, ante la mirada atónita de los militantes – una especie de “San Sebastián” o de la mujer adúltera -.
“Los lamentos” de este “baluarte” de la política chilena, enternecieron a los miembros de la comisión política que, por mayoría, decidió reconducirlo como candidato a senador por la Región de Los Lagos. Por lo demás, Osvaldo Andrade y muchos de los miembros de la comisión política deben su cargo a Escalona – que, en su tiempo de gloria, repartía empleos por doquier -.
Un buen analista de A. Hitler explica muy bien que el tirano, cuando descubrió que los alemanes no eran capaces de triunfar, se empeñó en la destrucción de su pueblo, para velos aniquilados – por cierto Camilo Escalona no tiene nada que ver con Hitler, sin embargo, en la actitud autodestructiva de su propio Partido se hermana, en algún aspecto, desde el punto de vista psicológico: al verse casi derrotado optó por acusar a sus camaradas de Partido de los peores fraudes electorales, incluso la exageración llegó a tal extremo y prepotencia, que alcanzó a exigir un carabinero en cada lugar de votación.
En este lógica destructiva, a su paso arrastró a amiga, Michelle Bachelet, a un descenso en el apoyo popular que, seguramente, se marcará en las próximas encuestas – se la ve débil, amargada y siempre justificándose con el engaño de que no quería ir de candidata cuando en verdad se muere de ganas -. A ningún candidato del duopolio le sirve esconder a sus políticos y diferenciarse de ellos, por ejemplo, Bachelet y Piñera intentaron gabinetes sin políticos partidistas, pero terminaron esclavos de ellos.
Camilo Escalona va hundir, con seguridad, a su Partido en la Región de Los Lagos – no votarán por él – y, posiblemente, arrastrará a la derrota a su amiga del alma, pero no exageremos: Escalona es el arquetipo de personajes de la casta, pero no es su único componente pues, con otros rasgos e ideología, encontraremos otros de estos prohombres en los partidos políticos y en el parlamento. El tema del Chile de hoy es cómo la calle expulsa la casta.